Norma Patricia Galeano: La Muerte de un Ángel



Una bala muda, indolente y criminal disparada por un fusilero estatal cegó la vida que era un capullo en el jardín humano, asesinó a un ángel que quería pintar los sueños siderales con colores del arco iris, ese que descubrió extendido sobre la cordillera de la Martinica bebiendo de las aguas oscuras del rio Combeima.

|Por: Camilo Pérez Salamanca|

Era casi una niña. Un capullo que abría sus pétalos al mundo y a la vida cuando el plomo de una bala disparada desde un fusil por un oficiante de la muerte con el uniforme de la patria le segó la existencia a un ángel en cuerpo de señorita que no tenía alas celestiales sino sueños humanos de concluir la carrera de pedagogía con énfasis en ciencias sociales para poder ir a los colegios de sus ciudad o a las escuelas rurales de su departamento a trasmitir el conocimiento adquirido y a descubrir nuevos saberes con aquellos jóvenes que como ella soñaban con viajar por las estrellas o por ciudades cosmopolitas donde los metros parecen aviones y caminan gentes de todas las latitudes de la tierra.

Había llegado a la Universidad del Tolima a estudiar Educación; por su inteligencia y el talento demostrado en las aulas ingresó como monitora al Museo Antropológico de esa casa de estudios superiores donde se guarda parte de nuestra memoria pasada en estatuaria, urnas funerarias en cerámica y piedra.

Aquel 7 de Septiembre de 1994 a las cuatro de la tarde cuando el sol canicular de un verano intenso obligó a la señorita de los sueños juveniles, no contaminada por las teorías políticas y sociales sino con la balanza en su corazón y el cerebro para ayudarse y ayudar a los demás. Caminó hacía el Parque Arnulfo Ducuara a consumir agua o gaseosa.

Al pasar por aquel lugar de la lúdica estudiantil se encontró con un grupo de cuatro encapuchados sin camisas que eran utilizadas como capucha. Reventaron dos totes o papas bombas para llamar la atención de la comunidad universitaria anunciando que el resto de la tarde sería tropel.

Un nuevo grupo se unió al anterior gritando:

“Compañero mirón, ¡únete al montón!”

Una estudiante líder que salía a los mítines y manifestaciones con una muñeca grande entre los brazos gritó: ¡Compañera únete que la piedra es el primer orgasmo universitario!

De los salones salieron los estudiantes como abejas del colmenar seguían estallando los totes como si fueran voladores antes de navidad. La administración ordenó asueto o matiné al personal administrativo y docente. Carros y personas desalojaron la universidad y en la parte alta se ubicó la tropa estudiantil con pequeñas piedras en sus manos; abajo, en la entrada del alma mater se ubicaron tres o cuatro piquetes del ejército con fusiles en mano sin escudos antimotines porque no eran policías antidisturbios sino soldados contraguerrilla. ¿contraguerrilla en la UT? Era la pregunta que todos nos hacíamos en ese momento.

A las cuatro y treinta de la tarde cuando el sol calentaba hasta el alma, el combate entre estudiantes y fuerza pública adquirió ribetes dramáticos, era como un juego ping-pong colectivo donde piedra iba y venía.

La sinfonía de madrazos se interpretaba arriba y abajo. Un pequeño grupo de docentes y trabajadores nos ubicamos en la parte alta para ver la “recocha” (entre ellos quién escribe esta crónica y quien ejercía por entonces la jefatura de prensa de la UT).

De pronto, entre los mirones que estábamos en la parte alta, bajo la sombra de los cauchos y Ocobos, nos dimos cuenta que estaban disparando con armas de fuego de largo alcance identificado por el tono distinto al de las papas explosivas y porque nos caían pedazos del copo de los árboles en la cabeza.

Hugo Salazar director del Centro de Bienestar Universitario en compañía de Julio César Carrión director del Centro Cultural, me dijo: ¡grave, ese concierto de balas, periodista!

Le hundí el ‘play’ de la grabadora de reportería y grabé 15 minutos del tac…tac…tac… de los fusiles (este casette fue entregado al juez que realizó la investigación por este homicidio). Luego me desplacé a la parte alta del hoy edificio Norma Patricia Galeano en construcción por aquellos días e hice fotografías de los uniformados que amenazaban con sus fusiles a los de la parte alta (este rollo también fue entregado al fiscal).

Sobre las cinco y media de la tarde o seis, estando en el conmutador entregando el informe a los noticieros radiales de la ciudad y de haberle solicitado al gobernador del departamento que retirara el ejército de la universidad por que podría haber una masacre como la de Tlatelolco en México en 1968.

Cuando un ciudadano de civil se identificó como policía preguntó si yo era el periodista de la universidad me informó que una estudiante gravemente herida y otro estudiante habían sido ingresados a la central de urgencias del Hospital Federico Lleras Acosta.

Corrí hacía el sitio de los hechos a recoger la noticia, los celadores de la UT me manifestaron que con la ayuda de otros estudiantes ayudaron a subir a la ambulancia a la estudiante herida al parecer con arma de fuego.

Inmediatamente para confirmar la información llamé al Hospital al profesor Libardo Vargas Celemín quién por aquellos días era funcionario de mencionado hospital. Él (Libardo) me confirmó que la señorita había llegado muerta y según sus documentos se llamaba Norma Patricia Galeano pero no me pudo confirmar a qué programa académico pertenecía.

En la oficina de registro académico, la señorita Viviana Toro Caballero y la señora Amanda Labrador luego de consultar los registros y asegurarse de la veracidad de los datos me informaron que la estudiante fallecida pertenecía a la facultad de ciencias de la Educación y que por su destacado promedio era monitora en el Museo Antropológico de la UT. Con esta información me dirigí a la oficina del entonces rector Edgar Machado y le informé del resultado de los sucesos.

Convocó al Concejo Académico y ordenó que el único autorizado para dar información a los medios de comunicación sobre esos hechos era el periodista.

A mi me manifestó: “usted me responde por cualquier información equivocada”. Salí de la rectoría y en la parte exterior encontré que venían de la cafetería de profesionales los profesores Julio César Carrión, Manuel León Cuartas y Alirio Urrego Mesa. Les comenté a ellos lo sucedido y el primero  me dijo: “no haga terrorismo”. Lo demás ya se conoce: llanto, dolor, rabia, impotencia. Cuerpo velado en el Coliseo y en la Biblioteca. Movilización total la comunidad universitaria y la ciudadanía a sus exequias.

El presidente de la Republica Ernesto Samper Pizano envió un telegrama donde prometía que esa muerte se investigaría con los rigores de la ley. Al día siguiente este periodista acompañó a un grupo de fiscales y al defensor del pueblo, a una inspección ocular al campo de los sucesos.

Encontrando las huellas de diez disparos de armas de fuego en los árboles hechos desde la parte baja algunas vainillas, un disparo de arma de fuego sobre las pastas de la cabina telefónica haciendo frente a las residencias estudiantiles.

La inspección halló mucha piedra y pedazos de ladrillo en la parte baja arrojada por los estudiantes pero ni una sola huella de disparos hecha por los imberbes revoltosos.

Tres meses después me tocó confirmar como testigo y aportar elementos probatorios a la investigación que inició la fiscalía.

Una bala muda, indolente y criminal disparada por un fusilero estatal cegó la vida que era un capullo en el jardín humano, asesinó a un ángel que quería pintar los sueños siderales con colores del arco iris, ese que descubrió extendido sobre la cordillera de la Martinica bebiendo de las aguas oscuras del rio Combeima.

Su nombre bautismal: Norma Patricia Galeano. Hoy se diluye en los derrumbes de la desmemoria. Las voces de otros ángeles con cuadernos y portátiles suben la cuesta de la UT como si fuera una pasarela soñando tal vez como Norma Patricia en pintar sus sueños en los caballetes de la vida sin los ocres colores de la muerte.

Para leer el especial de los 20 años de ausencia de Norma Galeano, AQUÍ