Yo viendo amor, conocí el sol. Viaje del Poeta al corazón del tiempo

|Raúl Valdivia Pizarro / Nerudiano y Sociólogo|

A mediados de 1968 me designaron candidato a diputado por la provincia de Aconcagua. Yo vivía en Santiago y de Aconcagua no tenía más referencias que las escuchadas en las clases de Geografía en mis tiempos de estudiante. Tuve que trasladarme entonces con camas y petacas a San Felipe, la capital de la provincia, en donde mis camaradas arrendaron, para que viviera algunos meses, un pequeño cuarto de tablas con piso de tierra.

Como las elecciones tenían lugar el primer domingo de marzo, en el mes de febrero la actividad subió al máximo a pesar del calor también culminante de esos días.

Recorríamos desde muy temprano hasta entrada la noche caminos que eran solo una brecha de polvo entre las inmensidades de tierra seca, resquebrajada, herida por un sol que sentíamos cayendo a plomo sobre las cabezas.

En esos días de febrero se nos informó que Neruda vendría a San Felipe para hablar en el acto final de la campaña. Llegaría el mismo día de la concentración por la mañana y teníamos que esperarlo desde temprano en el local para llevarlo luego al lugar en que hubiera la mayor cantidad de trabajadores.

Como San Felipe es una ciudad pequeña y sin industrias importantes, se resolvió visitar el hospital de Putaendo.

ALLÍ OCURRIÓ ESTA HISTORIA QUE NO SE PUEDE CONTAR DESDE EL PRINCIPIO.

Neruda llega cerca del mediodía. Se le ve descansado y de excelente humor. Nos sentamos en el local a conversar del mitin, del programa del día y de la marcha de la campaña.

El poeta, entonces, habla de sus trabajos electorales. Hace una semana ha estado en Chiloé y viene impresionado de la inteligencia de los hombres y mujeres de esa isla austral. Quienes, a pesar del aislamiento en que viven, siguen con apasionado interés los acontecimientos del país y se vuelcan mayoritariamente a las candidaturas de la izquierda. Así es que allá la cosa va viento en popa, dice un compañero. Viento en papa, contesta Neruda con esa sonrisa que le achica los ojos. En Chiloé va viento en papa. Luego nos habla de las grandes concentraciones que ha visto en Valparaíso, de su viaje al carbón, de los avances en las zonas campesinas.

Conversamos hasta el mediodía de los asuntos más diversos.

El poeta no solo trae buenas noticias. Nos regala también la magia del lenguaje. A cada minuto pregunta por el nombre de una herramienta, de una hacienda o de una fruta. Indaga con curiosidad semejante a la de un niño sobre árboles, pájaros y pregunta que piensa la gente de esto o de lo otro, que dice del alza del pan, como hacen para comprar zapatos. Se va creando así una atmósfera absolutamente distinta de lo cotidiano. Los compañeros escuchan con interés y participan en la conversación refiriendo anécdotas y experiencias del trabajo del campo o de la mina que me parecen más interesantes que lo habitual.

Antes del almuerzo invitamos a Neruda a dar un paseo por la plaza de la ciudad que es una de las más bellas que he conocido. Tiene la particularidad de ser al mismo tiempo una especie de museo vegetal, pues todas las variedades de árboles y flores que allí se han reunido provienen de los más apartados puntos del país. Concentra esa plaza una parte de la vegetación también alocada de nuestro territorio.

Neruda está fascinado .Toma nota de las palabras extrañisimas que nombran formas de la naturaleza no menos extrañas :troncos de forma retorcida, ramas como brazos espectrales, arboladuras que vencen la imaginación, flores enormes arrancadas de una pesadilla ,alegres y olorosos naranjos Compone nuevas palabras a partir de esas que lo deslumbran ,enlaza ritmas con habilidad de tejedora, hace chistes de las deformidades más violentas, nos cuenta de árboles también caprichosos de la India , de enredaderas que ciñen muros seculares en otros continentes.

Durante el almuerzo en que no faltan el buen vino de Panquehue y unas empanadas memorables, Neruda nos habla de su travesía cordillerana a lomo de mula, allá por el cuarenta y siete, cuando un tirano puso aprecio su cabeza. Nos cuenta de la generosidad de la gente más modesta, de las camas duras de la ilegalidad, de la multitud de domicilios clandestinos. Recuerda rostros y nombres solidarios y construye con eso recuerdos la imagen del pueblo perseguido.

Llega así el momento de partir hacia el hospital. El poeta saca entonces con todo cuidado algunos libros de un maletín envejecido y los va colocando sobre la mesa. Un tomo encuadernado en rojo de sus obras completas, la primera edición de Canción de Gesta, un ejemplar bastante a mal traer de las Odas Elementales, Estravagario. Tengo lista mi artillería, nos códice. Vamos a sembrar versos, a ver si cosechamos tempestades.

El calor a esa hora es sofocante y el ventarrón que se mete por las ventanas abiertas del auto, caliente y lleno de polvo, hojea las páginas de la artillería que Neruda ha depositado como una ametralladora junto al vidrio trasero. El sol arranca destellos de las piedras del camino, de las rugosidades rocosas del lecho del río que bordeamos. Extensiones desoladas, ausencia de aguay hojas verdes, árboles que parecen sobrevivientes de un juicio final en que el castigo fuese la vastedad gris de las sequedades. El poeta entonces no nos habla de una oda al agua o a la brisa, sino de la necesidad de construir tranques y canales. Quiere saber cómo planteamos eso en la campaña, que propone el Partido para ayudar a los campesinos del lugar, como nos preparamos para derrotar el desierto. Para estos compañeros lo primero es el agua, camaradas; el agua para ellos es la vida y nosotros tenemos que hablar siempre de lo vital. Vamos pues a hablar del agua.

Al acercarnos a Putaendo algo como el agua, un simulacro verde, rompe la monótona uniformidad de la tierra abandonada. Entramos al pueblo recorriendo su única calle con pavimento. Casas viejas de adobe bañadas de cal y con techos de tejas anaranjadas repletos de choclos que como racimos se ofrecen al sol para apurar el maíz necesario, niños gozando de la desnudez alegre del verano, mujeres que parecen pinturas de Pedro Lobos enmarcadas en ventanas abiertas a la luz; el pueblo derrotado por la sequía se entrega a la diaria languidez de la siesta.

Nos detenemos en una pequeña tienda situada frente a la plaza del pueblo. Allí nos espera el compañero que ha hecho el contacto con el hospital y que tiene la misión de conducirnos. Es un comerciante pobre, dueño tan solo de aquel cuarto de tablas que él llama el negocio y que tiene el pomposo nombre de Paquetería Rex, tal vez por qué esta en las vecindades del cine, que, como es norma en estos casos siempre se llama REX, así no tenga más butacas que cinco o seis bancas desvencijadas y en lugar de pantalla una sábana sucia.

Nuestro camarada combina sin dificultades sus labores de comerciante con su vocación de relojero. En un rincón de la paquetería se entretiene, rodeado de aparatos destrozados e inútiles, reparando relojes que tal vez algún día volverán a marcar una hora innecesaria en ese pueblo impermeable a las lluvias y al tiempo.

Continuamos con el nuestro viaje hacia el hospital que se encuentra a unos cinco kilómetros de Putaendo, encaramado en un cerro que más parece un peñasco gigantesco a orillas de una larga culebra pedregosa, esqueleto de un río que, según nuestro amigo, en otros tiempos animaba los árboles del pueblo ,que repartían limones y naranjas como panes .Tan magnífico era el lugar en ese entonces , nos cuenta que se decidió construir allí un gran hospital para atender a los enfermos del pulmón de la zona central.

Fue levantado con grandes pretensiones y atendió a mucha gente durante cerca de veinte años, pero cuando el río se secó, cuando la última gota de agua cayó, se comprendió que no habría más al desaparecer sobre la cara amarillenta y soleada de la piedra.

Entonces cambió de tal manera la geografía del lugar, que lejos de ser beneficioso para los enfermos, se transformó en un verdadero peligro debido a las cantidades fantásticas de polvo que emblanquecían los techos, las calles, los árboles del pueblo y que sumían al hospital en una nube constante y espesa.

El moderno hospital entonces, fue transformado en un asilo de ancianos, luego en un hospital psiquiátrico finalmente en centro de investigación de no sé qué tipo de enfermedades, aunque en verdad siempre que se acordaba transformarlo, por alguna razón, una parte del mismo mantenía sus antiguas funciones, de modo que en esos momentos era una extraña mezcla de sanatorio para enfermos de tuberculosis, casa de orates, asilo de ancianos y laboratorio de experimentación. Trabajaban allí no menos de trescientas personas.

Llegamos al hospital antes de la hora convenida. En una especie de patio delantero nos esperan hombres y mujeres con delantales blancos. Al detenerse el auto se produce un gran revuelo varios se acercan a nosotros mientras algunas mujeres gritan hacia los pisos altos anunciando nuestra llegada. Neruda saluda al grupo que nos rodea y agitando su gorra agradece los aplausos que vuelan como pájaros desde todas las ventanas del edificio. El director nos da la bienvenida con palabras emocionadas. Usted es la primera persona en este país que se acuerda de nosotros, dice mientras le estrecha afectuosamente las manos. Estoy muy contento de visitarlos, contesta Pablo. Ha sido magnífica la idea de los compañeros.

Avanzamos con dificultad, pues la mayoría quiere un autógrafo del poeta. En las escalinatas de la puerta principal un grupo aún más numeroso se apronta para el saludo con libros y lápices en las manos. Las mujeres son especialmente entusiastas.

Al traspasar la puerta de entrada tenemos la sensación de que nos metemos en un frigorífico. Luego nos acostumbramos a esa temperatura fría que resulta agradable. No puede decirse lo mismo del olor característico de los hospitales, esa mezcla de medicina y comida de internado que denuncia fondos de sopa espesa hasta los bordes y restos de comida acumulándose en los basureros.

Recorremos infinidad de corredores amarillos en los cuales, de trecho en trecho, aparecen carteles de saludo al poeta, afiches improvisados con el rostro de Neruda. El revuelo en todo el edificio es enorme: los enfermos han sido autorizados para participar en el acto y avanzan por todos los pasillos hacia el salón elegido para esta fiesta inesperada. Muchachas de blanco bajan escaleras corriendo y retumban risas y voces por todas partes mientras el punto de convergencia de la algarabía ,una amplia sala de espera ,se llena de gente que parece abanderizada en dos equipos extraños ,uno de blanco ,el de los auxiliares ,celeste el otro ,pues ese era el color del delantal que usan los enfermos .Han llenado el lugar de bancas y sillas dejando solo un pequeño espacio delantero en el cual luce su singular simplicidad una mesa pequeña y blanca de madera y una silla con asiento y respaldo de cuero negro .Sobre la mesa hay flores y un vaso de agua.

Mientras el médico dice unas palabras de agradecimiento, Neruda va colocando los libros sobre la mesa como si fueran las cartas de un solitario. El salón está repleto y algunos han preferido mirar desde las ventanas. Las muchachas más jóvenes simplemente se sientan en el suelo rodeando la mesa.

Yo he traído para ustedes mi modesta medicina, dice Neruda. Son simples palabras que caen a la inteligencia y al corazón como la lluvia sobre la tierra seca. Son palabras necesarias. Es la poesía.

Habla luego de su infancia de lluvias , de Parral amarrado a su memoria como una enredadera, del trabajo de los hombres modestos de su tierra; del padre capitán de su tren del alba fría ,ferroviario que es marinero en tierra llegando a pequeños puertos sin marina, lee dos de los veinte poemas de amor y los ojos de las enfermeras se iluminan ,se encienden ellas mismas y se reacomodan sobre las frías baldosas ;recita los verso terribles de España en el corazón ,recuerda a sus amigos ,viaja a la pampa sumergiéndose en el Canto General y cuando ve que en los ojos de las muchachas hay como una exigencia o un ruego para que el amor de nuevo aparezca entre esos muros ,entonces recita ¿DONDE ESTARÁ LA GUILLERMINA? y la oda al amor ,para hacer después de la oda a la alegría un alto que, pudiendo ser una caída ,un descenso desde la poesía , es efectivamente un mantenerse en lo alto del decir que muestra, pero ya sin libros que ha cerrado ,ordenándolos de nuevo como cartas ,mientras su voz continúa la tarea que arranco desde los versos y ahora se pierde libre por la sala silenciosa, anudando imágenes ,convocando las extensiones amarillas del desierto, rostros desconocidos, flores y frutos de su tierra, amantes recordadas y olvidadas, ciudades destruidas que renacen, Vuelve entonces a las páginas , a las palabras enjauladas en la linotipia ,lee nuevos poemas ,multiplica el estremeciendo que adivinamos en la sala ,acorrala a cada uno en su propio rincón ,en ese territorio en el que las palabras tienen un latido más preciso y vital que el corazón porque construyen ,construyeron lo que somos. Al terminar, el aplauso es de nuevo ruego, exigencia reclamo contra el tiempo que obliga al poeta a partir, sensación de vertical caída en el medicamento repetido, en los olores de la sopa, en esa nave blanca que se muere llevando dentro de sí otras muertes, seres como el río derrotado, hombres anónimos peleando cuerpo a cuerpo con el tiempo y sus productos.

Pocos abandonan la sala.

Casi todos se acercan a Neruda, quieren mirarlo de cerca, quieren tocarlo, quieren oír alguna frase que sea la demostración de que el milagro de las palabras no terminó para siempre en esa sala, que sigue viaje y puede repetirse.

El director del hospital nos conduce dificultosamente a su oficina. Nos sigue una verdadera multitud de enfermos que silenciosos repletan el pasillo.

De una de las puertas sale una mujer que viste el delantal azul de las asiladas.
Es una anciana de pelo amarillento u ojos extraviados.

Me llama la atención un continuo temblor de su mano izquierda, que juega nerviosamente con el primer botón del delantal, mientras con la otra rechaza hacia las orejas un mechón que vuelve, una y otra vez, a cubrir su frente, su nariz delgada, sus ojos.

¿Cómo apareció allí? ¿Cómo llegó junto a nosotros a estrechar las manos de Neruda? ¿Cómo nos convenció de su necesidad de hablar a solas con el poeta? ...Entran ambos a una pequeña sala contigua a la oficina del director. Mientras tanto el médico se deshace en atenciones.

Un par de enfermeras y varios doctores han llenado también ese cuarto pequeño.

Hay vasos de vino blanco helado y coñac francés que el director ha recibido de Valparaíso.

Débilmente llegan hasta nosotros, a través de la puerta entreabierta, las voces de Neruda y de esa anciana amarillo ceniza como el humo.

Después la anciana atraviesa el cuarto en que brindamos, sin mirar a nadie, envuelta en una nube de solemnidad y locura.

Las enfermeras se codean riéndose mientras Neruda se acerca a nosotros intentando una sonrisa.

No pudimos evitarlo, le dice el doctor mientras le ofrece un vaso de coñac.

Está muy bien, contesta Neruda dejando la copa sobre la mesa. Pero desgraciadamente el tiempo nos dirige. Tenemos que partir de inmediato.

Se repite con ligeras variantes la escena de la llegada hasta que el auto recorre el camino que nos conduce a Pateando.

 El calor nos ha fatigado a todos, y especialmente a Neruda.

Esta callado y mira con expresión extraña la enorme casa blanca que después de una curva ha quedado de nuevo frente a nosotros.

El auto se interna en la tierra y luego de treinta minutos de silencio dejamos a nuestro acompañante en su tienda, entregado de nuevo al pasatiempo de los relojes.

Camino a San Felipe, después de algunos kilómetros de carretera, le pregunto a Neruda si está cansado.

No compañero. Estoy muy bien, me contesta y de nuevo cae en el mutismo.

Algunos minutos más tarde toma un libro y me lo pasa abierto.

Lea esto, compañero.

Es un poema que ha leído en el hospital, entre tantos. Pienso que no lo recuerda y no digo nada.

Leo.

Cuando comprende que he terminado pues doy vuelta la página para comenzar otro, me dice con acento extraño:

--¡Cómo nos pasa el tiempo! ¡La he visto después de tantos años!
-- ¿A quién?, pregunto.
-- A la Guillermina, contesta Neruda.
--Vuelvo entonces la página y entro de nuevo, silencioso, en el poema.

¿DONDE ESTARÁ LA GUILLERMINA?

¿Dónde estará la Guillermina?
Cuando mi hermana la invito
Y yo Salí a abrirle la puerta,
Entro el sol, entraron las estrellas,
Entraron dos trenzas de trigo
Y dos ojos interminables.
Yo tenía catorce años
Y era orgullosamente oscuro,
Delgado, ceñido y fruncido,
funeral y ceremonioso
yo vivía con las arañas,
humedecido por el bosque,
que conocían los coleópteros
y las abejas tricolores,
yo dormía con las perdices
sumergido bajo la menta.

Entonces entro la Guillermina
Con dos relámpagos azules
Que me atravesaron el pelo
Y me clavaron como espadas
Contra los muros del invierno.
Esto sucedió en Temuco.
Allá en el sur, en la frontera.

Han pasado lentos los años
Pisando como paquidermos,
ladrando como zorros locos,
han pasado impuros los años
crecientes, raídos, mortuorios,
Y yo anduve de nube en nube,
de tierra en tierra, de ojo en ojo,
mientras la lluvia en la frontera
caía, con el mismo traje.
Mi corazón ha caminado
con intransferibles zapatos
y he digerido las espinas:
no tuve tregua donde estuve
donde yo pegue me pegaron,
donde me mataron caí
y resucite con frescura,
y luego y luego y luego y luego,
es tan largo contar las cosas.
No tengo nada que añadir.
Vine a vivir en este mundo.
¿Dónde estará la Guillermina?

 
Donde estará la Guillermina [Pablo Neruda]
P.S.
De columna 1 de 2

..."Se preparaba a retornar a casa, cuando el Principal NGEN-Mapu hablo"
-- “Niño Neftalí tu ayudante en la vida será Ngen Trawün”
--“Neftalí, conserva la pureza que observamos cuando ingresaste al bosque la vez primera.
-- “Nunca olvides que al final recorrerás un disecado, trágico y traicionero camino, eso servirá para que conozcamos a los continuadores de tu iniciada tarea"
Lloviendo amor, conocí la belleza 
Yo viendo amor, conocí el sol

Fuentes:
Araucaria de Chile 26/1984.
Nerudavivecl  YouTube

Florilegio:
Raúl Valdivia Pizarro
Investigador-Productor-Editor





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