Colombia. El mejor café del mundo

|Por Georgina Ortiz|

Colombia, a nivel mundial, fue el primer productor de café –hoy lo importa. Es el café más suave del mundo y el más aromático. Pero ningún café se iguala al que tomamos un día de marcha guerrillera.

El café ha significado mucho para Colombia y para los colombianos. No sabemos si a los nativos de nuestra tierra, a los Guanes, Agatáes, Chipatáes, primeros cultivadores del grano, les gustó el sabor del café; se sabe que un cura les imponía su siembra como penitencia. Registros de 1835 muestran la exportación desde Cúcuta de los 2.560 sacos de café. Colombia para 1920 estaba inundada de dinero proveniente del café; sin embargo esto no significó que el país o su población se volvieran ricos. Esa abundancia rápidamente pasó a manos privadas que la convirtieron en lujosos autos, casas y champaña francesa. Malgastar, sin visión capitalista, sin proyecto de país, ni siquiera de clase.

Los campesinos pobres, trabajadores de las haciendas de los ricos, nunca se beneficiaron de la riqueza que producían. “La mayor parte de los cultivos de Viotá, que comprendían algunas de las haciendas cafeteras más grandes y antiguas de Colombia, pertenecían a propietarios ausentes, eran dirigidas por administradores a sueldo y trabajadas por campesinos que vivían como arrendatarios en pequeñas parcelas de tierra que cultivaban en su tiempo libre. Por décadas, los dueños de los cultivos de Viotá, ubicada al suroccidente de Bogotá, habían disfrutado de una fuerza de trabajo sumisa, gracias a la tradicional deferencia del campesino frente a hombres de dinero y posición, y debido al hecho de que se les impedía hacer dinero cultivando café en la tierra que ocupaban. Solamente se les permitía cultivar alimentos para su consumo personal.[1]

El resultado obvio de este tipo de relación socioeconómica inequitativa e injusta fue el auge de las luchas populares. Colombia era un hervidero de movilizaciones, huelgas y protestas. En 1925 se publicaron más de ochenta periódicos socialistas y laboristas, María Cano recorría el país arengando a las masas y organizando la revolución. La respuesta del gobierno fue la Ley heroica que condenada todo tipo de expresión política popular, perseguía y en encarcelaba a sus lideres. Se produce la Masacre de las Bananeras con cientos y tal vez miles de muertos de inermes labriegos por tropas oficiales.

Se constituye la Federación Nacional de Cafeteros (FNC), que pronto se convierte en un poderoso grupo económico de las élites productoras de café.El enriquecimiento y la corrupción de un lado, la ruina y la exclusión del otro. La FNC es una empresa estatal para recibir respaldo financiero, pero es privada para apropiarse la riqueza producida.

Colombia, a nivel mundial, fue el primer productor de café –hoy lo importa. Es el café más suave del mundo y el más aromático. Pero ningún café se iguala al que tomamos un día de marcha guerrillera.

Llovía a cántaros, tal vez llovía a mares, era una especie de diluvio. Nuestra Compañía guerrillera iba en marcha, 50 hombres y mujeres, llevando cada uno un peso a la espalda, en los hombros y en las caderas que se multiplicaba con cada gota de agua que nos caía encima. Un morral de más o menos tres arrobas, el fusil, las fornituras… todo mojado.

Eran como las tres de la tarde, el Comandante decía que faltaba poco para llegar. Él siempre decía que faltaba poco, para darnos ánimo y le creíamos. Realmente no debíamos estar muy lejos porque habíamos salido con el despuntar del alba, habíamos parado para almorzar y varias veces para tomar agua endulzada.

De pronto a unos 500 metros vimos una casucha pequeña y torcida en el filito de una media loma. La vanguardia había pasado de largo, pero se notaba que pasaba algo casi al frente de la choza. El peso, el cansancio y la subida no dejaban ver claramente. Repentinamente se puso enfrente de mis ojos, primero de cuerpo entero y luego solo su rostro y por último su mano.

Una mujer, pequeña, casi diminuta, muy delgada, flaca y huesuda, con un pedazo de sombrero de paja puesto en la cabeza, tapando su pelo cano. Tenía un vestido de color indefinido por lo viejo y empapado, del cual se extendían un par de palillos arqueados que eran sus piernas. Alrededor de su cuerpo ya se había hecho un pozo de agua, aflojando el barro que cubría sus pies descalzos. Su rostro iluminado por múltiples arrugas, miraba y sonreía al paso de cada guerrillero. En una mano tenía una olleta ennegrecida por el hollín, abollada en varias partes y en la otra un pocillo que extendía con dulzura. Era tinto, delicioso café colombiano, de las mejores manos, de las más abnegadas y sufridas, el mejor café del mundo de esa mujer para los guerrilleros farianos.


[1] James, D. Henderson, “La modernidad en Colombia”, p.178, Universidad de Antioquia, 2006


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