La risa de Pitágoras

|Por Carlos Armando Castillo|

en memoria de Juan Carlos Portela, quién alguna vez también escribió sobre Pitágoras.


No me refiero, por supuesto, al viejo Pitágoras, que tantos cuentos ha inspirado desde la lejana antigüedad. Les quiero hablar de un personaje que pertenece a nuestro entorno y tiempo local, a nuestro Pitagóras. Desde hace más de treinta años, junto a estudiantes, profesores, administrativos y trabajadores de la Universidad del Tolima, vive en los predios de la institución educativa y aunque su presencia en medio de la comunidad académica resulta a primera vista extraña, todos se habituaron a verlo, a saludarlo y pedirle una “risita”. Sabíamos que se trataba de un loco, pero al compartir con él no sentíamos temor o aversión, pues era un loco pacifico. Mucho se especula sobre el Loco Pitágoras, que en la década de los 70 había sido estudiante de matemáticas, o que había enloquecido después de tanto estudiar, o que tal vez era un desplazado más por la tragedia de Armero, o el imaginario de los universitarios sugería otras versiones menos plausibles. Sin embargo, la incertidumbre acompaña a este mítico personaje, no hay certeza sobre el lugar que dio origen a este siervo sin tierra, tampoco hay evidencias que permitan rastrear el origen de su nombre o apodo, o de sus vínculos familiares; sobre él poco o nada se sabe y durante mucho tiempo lo único que se le pudo escuchar fue su famosa “risita”. Este universo desconocido motivó a algunos grupos de estudiantes, hasta el punto que su nombre fue propuesto para la rectoría de la Universidad o, cuando menos, como Decano de la Facultad de Educación, pero como es apenas obvio, estas iniciativas democráticas se estancaron por ausencia de apoyo político concreto. Quién sabe cuantos años tenga Pitágoras; y sin importar si hace frió o calor siempre lleva puesta una chaqueta de Jean en cuyo espaldar tiene estampado el vistoso logo símbolo de la Universidad del Tolima, en su color rojo “institucional”, en otras ocasiones porta una gorra semejante a la del Chavo o un sombrero típico que apenas le oculta los parches alópecicos de su cabeza que ya casi le bajan hasta el cuello, muchas veces usa los pantalones “marraneros”, por encima de los tobillos, su pinta se complementa con las ocasionales  batas de laboratorio que todos le conocemos.

Hombre grande, de manos enormes, se le ve deambular con aire de idiota por los lados de la llamada cafetería de profesores o por el restaurante, en donde siempre le tienen reservadas unas buenas viandas para calmar el hambre. Se dedica a ver a la gente en sus ires y venires universitarios, o colabora en algunos trabajos de aseo recogiendo los vasos desechables que en algún descuido quedaron olvidados, o lavando los traperos de las aseadoras. Aunque nunca nadie lo vio fumar se dice que lleva consigo un paquete de cigarrillos marca Caribe, también se especula que tiene una especie de neurosis respecto a las bolsas plásticas que colecciona y organiza en sus bolsillos doblándolas pulcramente, una dentro de la otra y que en el fondo de la primera bolsa se encuentran los mencionados cigarrillos.

Varias generaciones de estudiantes, además de ser arrastrados por la universidad en sus remolinos emocionales y vuelos intelectuales, que define de algún modo gran de parte de la “suerte” en la vida, también fueron (fuimos-somos) atraídos por la presencia de este simpático anciano con la teja corrida mezclado entre nosotros. La mayor parte del tiempo con la boca torcida en una mueca amarga y la dura desconfianza en la mirada. “¿Quién es ese? ¿Cómo se llama?”, preguntábamos algunos como cualquier primiparo en busca del maestro. “¡Ese es Pitágoras!” respondían los estudiantes con mayor trayectoria en asuntos universitarios, y de manera inmediata e ilustrativa, le solicitaban una “risita” a Pitágoras. Entonces parecía que Pitágoras tuviese la respuesta preparada en su garganta, como un mecanismo de activación automática se desgarraba el sonido de su voz con un “eh- eh- eh- eh- ehaay”, tal como aparece, sin exagerar. Su risita grotesca, aquí intraducible y casi abstracta, era un monótono lamento que terminaba en un solemne madrazo apenas perceptible para quienes estaban cerca suyo. Por desgracia nadie sabe tampoco a quién y cómo maldecía este buen hombre al terminar de reírse, pues su natural pestilencia nos obliga(ba) a verlo de lejos. En aquel entonces muchos llegamos a pensar que Pitágoras no podía hablar y que su exclusiva formula de comunicación consistía en aquella absurda risita mezclada con resignación, cuya expresión se dispersó durante mucho tiempo entre la alegría póstuma que tienen las tardes académicas, desde el parque Ducuara hasta las más lejanas aulas de clase, a través de los pasillos o en las oficinas administrativas y en cualquier rincón universitario.

En los últimos años la población estudiantil muestra cambios importantes en cuanto al origen social y económico, no significa que en el pasado todos los estudiantes fuesen de origen humilde o algo así, era la excepción y no la regla, era una especie de castigo familiar para la oveja descarriada. Ahora y más que nunca la situación es bastante dura y como en general el costo de vida y específicamente la educación anda por las nubes es frecuente encontrar estudiantes de estratos altos en la educación pública. Esto representa un cambio de actitud frente al quehacer universitario por parte de los estudiantes, quienes en su gran mayoría, ya no consideran que la risa de Pitágoras sea tan graciosa. La presencia pitagórica en la universidad del Tolima que ha pasado de generación en generación se encuentra hoy, quizá, en el punto más crítico de toda su historia, al chocar con la estética actual basada en la indiferencia, considerando que este viejo y cansado loco no tiene mucho que decir frente al modelo de belleza dominante. Por eso, Pitágoras, que después de todo se adapta felizmente en este cambio generacional, se siente alertado por la agitación de los tiempos, y como respuesta recursiva nos muestra que si sabe hablar, enredado pero sabe, ahora que son pocos los que se atreven a pedirle una “risita”. Sin importar cuantas aves pasajeras se posen en isla universitaria, Pitágoras se pasa el día hilando primitivas frases para enclavarlas entre su molesta carcajada, un poco disimulada, parecida a un incontrolable tic nervioso.

Publicado originalmente en El Salmón Desove 008, diciembre 2005
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