- Me permitió conocerle hace más de 20 años. Lo encontré como siempre en la actividad formativa de varios amigos que hoy son investigadores, profesores universitarios y luchadores sociales. Me arrobaba el modo como hacía aparecer la literatura latinoamericana como un esfuerzo de la cultura misma por reconocer sus propias miserias o sus propias esperanzas. Pero también me hacía feliz esa virtud ponderada de hacer suspender en el ambiente de la lectura esas piezas de arte que son los tonos, las vibraciones, las descripciones y las ideas que se albergan en una frase o en un párrafo de Cortázar, Alegría, Borges, Uslar Pietri, Carpentier, Fuentes, García Márquez, y otros. Allí supe desentrañar y saborear los secretos del lenguaje. Pero también agotamos los días leyendo en grupos de amigos y en voz alta las obras de Homero, Esquilo, Virgilio, Dumas, Balzac, Faulkner, y varias piezas orientales que nos enseñaron otros mundos. Con Alirio Murillo aprendí a transitar los fértiles suelos de la mejor literatura universal, cuidando de cumplir con mucho celo su observación según la cual “primero debemos leer los clásicos”.
Visitamos también los lugares de la poesía occidental: Whitman, Verlaine, Rimbaud, Vallejo, entre los más, que supimos gozar como nunca en varias veladas durante mi infancia en el Líbano. Además de estos placeres del mundo inteligible, debo decir que su feliz obsesión siempre fue la filosofía. Y aquí me encontré con un campo inagotable de desafíos, gozos y misterios, que no he dejado de recorrer desde ese momento. Alirio me inició en la filosofía con la obra “El Ser y la Nada”. Recuerdo que luchamos durante días enteros con su dialéctica secreta, y desde sus páginas me relancé en solitario a Kant, Hegel y Marx. Era aún muy joven cuando traté de desentrañar los misterios del materialismo histórico con Marta Harnecker, y otras preguntas metafísicas que inútilmente traté de despejar en mi primera aproximación a aquellos filósofos mediante unos diccionarios abreviados de filosofía, cuando me tocó ver el enojo infinito de mi amigo Alirio, pues no aceptó jamás ni a Harnecker, ni a ninguna versión manuelesca de la filosofía. Siempre le agradeceré su esfuerzo por alejarme del autodidactismo, el diletantismo, el facilismo, la banalidad, y en especial, de una escritura mediocre y sin personalidad propia. Odiaba ese marxismo y escolarismo vulgarizador de la realidad colombiana, esa mediocridad del didactismo de la izquierda que sustituía la complejidad de los hechos y sus explicaciones por el simplismo y reduccionismo militante. A este aprendizaje le soy infinitamente deudor, y gracias a él sigo insistiendo en la necesidad de una educación con maximus academicus.
Mi amigo Alirio tenía un especial afecto por Marcuse, Adorno y Foucault. Como lingüista seguía a Chomsky. Pero el Marx de 1844 le impresionó sobremanera. Recuerdo que los manuscritos los abordamos línea a línea en el “Parque Infantil” del Líbano, con un grupo de amigos, todos menores de 15 años, y quedaron en nuestras memorias la sensibilidad y la pasión crítica de este joven Marx. Hoy mis amigos recuerdan con aprecio insondable este legado, pues nos permitió blindarnos del marxismo, maoísmo y leninismo dogmático universitario y sindicalista, y arrojarnos a la plenitud abierta de la reflexión propia y de nuestros propios problemas latinoamericanos.
Cuando visité la primera y segunda tumba de Marx, la primera muy modesta y casi perdida en medio de los bosques del Highgate Cemetery, al norte de Londres, en la que Marx yació sepultado varias décadas hasta que fue destruida por una bomba en los cincuenta, y la segunda, en la que se erige, en el mismo cementerio, un mausoleo en su memoria en medio de otros militantes comunistas, al mismo tiempo mi amigo Alirio estaba siendo sepultado en el cementerio del Líbano, su pequeña ciudad, su hermoso pueblo que hoy lo olvida, pero que persistirá entre nosotros, sus amigos. Esta extraña coincidencia me entristeció profundamente, pues el viejo Marx, empobrecido y enfermo, terminó sus días como mi amigo Alirio, con enormes precariedades materiales y una enfermedad renal intratable.
Su vida fue realmente virtuosa. Se consagró a la escritura y formación, participó de las luchas sociales e insurgentes. Orientó de modo honesto y consecuente la formación de muchos hombres y mujeres, trasmitió la indignación total de los pueblos vencidos por su autismo o por sus propias élites, combatió con las ideas y las armas el autoritarismo, luchó por una Colombia a la medida de sus propias gentes, y no a la medida de sus oligarquías. Amigo Alirio, gracias por enseñarnos a no morir en la vigilia, a no fallecer en los pensamientos, a no olvidar a los canallas, a amar a las más caras ideas de justicia y libertad.
POR Alexander Martínez Rivillas
Visitamos también los lugares de la poesía occidental: Whitman, Verlaine, Rimbaud, Vallejo, entre los más, que supimos gozar como nunca en varias veladas durante mi infancia en el Líbano. Además de estos placeres del mundo inteligible, debo decir que su feliz obsesión siempre fue la filosofía. Y aquí me encontré con un campo inagotable de desafíos, gozos y misterios, que no he dejado de recorrer desde ese momento. Alirio me inició en la filosofía con la obra “El Ser y la Nada”. Recuerdo que luchamos durante días enteros con su dialéctica secreta, y desde sus páginas me relancé en solitario a Kant, Hegel y Marx. Era aún muy joven cuando traté de desentrañar los misterios del materialismo histórico con Marta Harnecker, y otras preguntas metafísicas que inútilmente traté de despejar en mi primera aproximación a aquellos filósofos mediante unos diccionarios abreviados de filosofía, cuando me tocó ver el enojo infinito de mi amigo Alirio, pues no aceptó jamás ni a Harnecker, ni a ninguna versión manuelesca de la filosofía. Siempre le agradeceré su esfuerzo por alejarme del autodidactismo, el diletantismo, el facilismo, la banalidad, y en especial, de una escritura mediocre y sin personalidad propia. Odiaba ese marxismo y escolarismo vulgarizador de la realidad colombiana, esa mediocridad del didactismo de la izquierda que sustituía la complejidad de los hechos y sus explicaciones por el simplismo y reduccionismo militante. A este aprendizaje le soy infinitamente deudor, y gracias a él sigo insistiendo en la necesidad de una educación con maximus academicus.
Mi amigo Alirio tenía un especial afecto por Marcuse, Adorno y Foucault. Como lingüista seguía a Chomsky. Pero el Marx de 1844 le impresionó sobremanera. Recuerdo que los manuscritos los abordamos línea a línea en el “Parque Infantil” del Líbano, con un grupo de amigos, todos menores de 15 años, y quedaron en nuestras memorias la sensibilidad y la pasión crítica de este joven Marx. Hoy mis amigos recuerdan con aprecio insondable este legado, pues nos permitió blindarnos del marxismo, maoísmo y leninismo dogmático universitario y sindicalista, y arrojarnos a la plenitud abierta de la reflexión propia y de nuestros propios problemas latinoamericanos.
Cuando visité la primera y segunda tumba de Marx, la primera muy modesta y casi perdida en medio de los bosques del Highgate Cemetery, al norte de Londres, en la que Marx yació sepultado varias décadas hasta que fue destruida por una bomba en los cincuenta, y la segunda, en la que se erige, en el mismo cementerio, un mausoleo en su memoria en medio de otros militantes comunistas, al mismo tiempo mi amigo Alirio estaba siendo sepultado en el cementerio del Líbano, su pequeña ciudad, su hermoso pueblo que hoy lo olvida, pero que persistirá entre nosotros, sus amigos. Esta extraña coincidencia me entristeció profundamente, pues el viejo Marx, empobrecido y enfermo, terminó sus días como mi amigo Alirio, con enormes precariedades materiales y una enfermedad renal intratable.
Su vida fue realmente virtuosa. Se consagró a la escritura y formación, participó de las luchas sociales e insurgentes. Orientó de modo honesto y consecuente la formación de muchos hombres y mujeres, trasmitió la indignación total de los pueblos vencidos por su autismo o por sus propias élites, combatió con las ideas y las armas el autoritarismo, luchó por una Colombia a la medida de sus propias gentes, y no a la medida de sus oligarquías. Amigo Alirio, gracias por enseñarnos a no morir en la vigilia, a no fallecer en los pensamientos, a no olvidar a los canallas, a amar a las más caras ideas de justicia y libertad.
POR Alexander Martínez Rivillas
Fotos: Carlos Castaño "El Bueno"
7 Comentarios
Me quedara la amargura de no haberle visto en los últimos anhos. Tampoco le di un ultimo adiós. Estas frases, sin embargo, quieren despedirlo. El supo siempre que lo admire y nunca deje de lado el rigor en abordar la cotidianidad. Cuando en el fragor de los 80s se nos pedía el heroísmo militante, a su modo, nos contagio con la cultura como remedio a la barbarie. Creo que por eso aun sobrevivo. Como no reconocerlo, si en el medioevo de la izquierda colombiana refugiada en ese enclave paisa aislado del mundo, que es el Líbano, supe quien era y que escribía Foucalt. Abandone entonces albanias, pedrovasquez, chinas y socialimperialismos. Me volví un hombre de la Multitud.
Sus detractores le reclamaban acción física. Pero creo que desde su labor aporto muchísimo mas que muchos de los héroes que hoy reposan en tumbas conocidas.
Desde el recuerdo, se me asemeja a Antonio, el Consejero de Canudos, el héroe de La Guerra del fin del Mundo de Vargas Llosa: irredento opositor a la República oligárquica de Colombia. Paz en su tumba!