Desempleo: Del espejismo a la realidad

Por Yurany Marcela Ramírez Peña
- marcela-4418@hotmail.com.
Lic. Lengua Castellana IX Semestre. UT.

Los ojos de Alberto Pérez, lucen brillantes, aunque alrededor suyo hay marcas del paso de los años. Su mirada continúa firme y por ello, no menos sensible a la de un niño que ve pasar el dulce que anhela. Ahora centra su atención en las personas que deambulan por la carrera tercera de la ciudad de Ibagué, pues cualquiera de ellos puede ser su cliente. Sí, su cliente, porque su profesión según el informe del DANE al periódico Nuevo Día, el 3 de enero del presente año, es uno de “los fenómenos más latentes en la ciudad: el empleo informal, que llega a ser más del 30 por ciento de la población ocupada”. Son cerca de 300 vendedores ambulantes, cuyo lugar de trabajo se circunscribe a la carrera tercera; el rebusque se convirtió en una alternativa de trabajo, una lucha diaria.

Frente a la biblioteca Darío Echandía y el Teatro Tolima se encuentra Alberto. Los eventos culturales y el espectáculo no sólo están en estos dos lugares tan concurridos en la ciudad, también se encuentran afuera, en la realidad, en donde se ubica este hombre cuyas líneas de expresión se hallan bien definidas enmarcando sus ojos, revelando su edad, 52 años, 35 de ellos trabajando “de sol a sol” como él lo manifiesta. Su jornada laboral inicia cuando las agujas del reloj marcan las 8:00 AM, sin horario establecido para el regreso al hogar. Tal vez el retorno podría ser cuando los colombianos cantamos tímidamente las 2 estrofas del Himno Nacional ó cuando nos disponemos a descansar: 9:00 pm; “todo depende de las ventas. En algunas ocasiones el día parece tener más de veinticuatro horas” enuncia Alberto.

Sin embargo, aquel lugar que para él y sus colegas es un sitio de trabajo, para la Administración Municipal es un espacio público que según el artículo 82 de la sentencia T-398-97 “Es un deber del Estado velar por la protección, la integrabilidad del espacio público y por su puesto su destinación al uso común, el cual prevalece sobre el interés particular”. Con esta reglamentación, los militares asumen la tarea de hacer cumplir lo establecido, “esa es mi función, mi trabajo”. Es la posición que adoptan frente a la problemática. “El respeto a la autoridad debe primar en la ciudadanía, el espacio es público, el tránsito por las calles no se puede obstaculizar, los transeúntes concurren la carrera tercera y los comerciantes de la zona, reclaman sus derechos”.

Al respecto, el artículo 297 de la ordenanza 018 de 1971 especifica que “La policía garantiza el uso permanente de las vías públicas, atendiendo al normal y correcto desarrollo del tránsito y evitando todo acto que pueda perturbarlo”. Al parecer los vendedores informales, son una barrera que hay que sobrepasar. Pese a lo planteado en el artículo 25 de la constitución política “El trabajo es un derecho y una obligación social y goza, en todas sus modalidades, de la especial protección del Estado. Toda persona tiene derecho a un trabajo en condiciones dignas y justas”. Derecho no desconocido por Alberto, quien asevera que “el trabajo debe abarcar a todos los ciudadanos, sin discriminación”. Con tales palabras hace alusión al artículo 26 que dictamina: “Toda persona es libre de escoger profesión u oficio”.

De ahí surge una pregunta que indirectamente fue formulada por Alberto Pérez, ¿Qué hacer cuando en casa hay siete personas esperando que el jefe de hogar les lleve que comer, refugiados a la esperanza de que el día haya sido bueno, con sus ojos expectantes? ¿Qué hacer cuando debido a la falta de formación educativa no es posible acceder a otro trabajo? No hay otra alternativa, dice aquel hombre, sus ojos brillan más que al inicio del encuentro, parecen más seguros y con más ánimo de seguir adelante. En ellos se refleja el brillo expectante de la venta. Un comprador se acerca a curiosear, a probar los artículos que ofrece y se retira exclamando que “no sabe utilizar los encendedores y que no le iba a servir de nada la compra”. La ilusión de venta se ha ido; sin embargo el resplandor de sus ojos continúa audaz, aguardando al próximo en acercarse a fisgonear.

El sitio en mención es el corazón de esta ciudad y el de los vendedores informales; quienes “en el rebusque” encuentran una válvula de escape frente a la difícil situación con la que se ven cara a cara. En él hallan la posibilidad de pagar sus gastos diarios. Aunque los ingresos varían “dependiendo de la temporada del año, oscila entre 15.000 ó 20.000 pesos, de los cuales se debe presupuestar el gasto en transporte hasta mi casa y el almuerzo, el corrientazo que llaman comúnmente”.

Tras la obligación que pesa en sus espaldas, día a día se levanta con el ahínco de tener mejores ventas, compitiendo con el sonido de los carros, el de las autoridades que de manera imprevista, cual presencia fantasmagórica aparece y desaparece en un abrir y cerrar de ojos, el sonido que hace la gente al andar y para colmo tratando de alzar la voz en medio de las otras que se escuchan: la del “limosnero”, las personas que hacen parte del desfile de esta calle y la de sus compañeros ofreciendo productos.

Nosotros, afirma Alberto Pérez, nos enfrentamos también a disimiles compradores, “hay quienes respetan mi oficio, así como hay quienes nos menosprecian y son un poco drásticos al hablar, recuerdo una ocasión en la que un cliente al ver que la piedra para afilar no le funcionaba, me la tiro casi por la cara”. Mientras recordaba esta anécdota, sus ojos se hacían vidriosos, frágiles, humanos. Pese a ello, “persisto con la humildad que requiere mi profesión, ofrezco un espectáculo a los deambulantes, con la mayor diversidad posible: CD’s, libros, zapatos, pelucas, maletines, entre otros. Ellos me ofrecen a cambio el dinero que me ayuda con los gastos diarios”.

En medio de estas dificultades existe otra opinión al respecto. César Rodríguez, investigador que hace parte de los columnistas de la revista Semana, en la publicación del 24 de octubre de 2007, cuestiona sobre el auge del comercio en la ciudad musical de Colombia y el aumento de vendedores en las calles que ha hecho que las autoridades competentes establezcan medidas para el orden. ¿Pero quién o quiénes le venden la mercancía a los vendedores informales? Ésta es una pregunta que fue establecida por el investigador citado.

Quienes venden la mercancía a los vendedores informales deben ser quienes tienen acceso a ella y señalan cual jueces, es decir, los comerciantes que se sorprenden al encontrar los mismos productos que tienen en sus bodegas, en las calles con una mayor oferta y un menor precio. Pero no les desdeña venderlos y beneficiarse a costa de otros que tienen que esmerarse para conseguir un cliente, sin exigir los provechos que recibe un asalariado normalmente.

Sin embargo, la ley permite la economía informal, en aquellos sitios adjudicados por ellos, por lo cual han reubicado algunos vendedores como Alberto Pérez “quien goza de este beneficio”. La propuesta fue realizada por Arcesio Sterling, director de Derechos Colectivos “trasladar a 230 ambulantes al centro comercial Andrés López de Galarza calle 19 con carrera tercera. Esta opción a simple vista es viable. No obstante, si se conoce la fama y la realidad de aquel lugar se sabrá que no es seguro y mucho menos rentable; pues en la zona reina la delincuencia común, las mujeres de la noche y el mal olor que expiden todavía las paredes que no hace mucho eran el retrete de los habitantes de la calle.

El rostro de Alberto está curtido, herencia de largas jornadas de trabajo. Con su rostro fuerte afirma “Las medidas han sido arbitrarias, habían prometido préstamos con intereses cómodos para acceder a la compra de mercancía, el arriendo del almacén iba a ser considerable, dependiendo de su tamaño. Además, la ubicación de los locales es insegura”. Volviendo al corazón de Ibagué, el carnaval que se vive allí, crea un panorama acogedor donde logran mezclarse las diferentes clases sociales: estratos altos, medios, medio bajo y muy bajo. Todos con el fin de comprar algún artículo que sea el “boom” de la temporada. Hay todo un desfile y cual si fueran parte del paisaje están los vendedores informales, sus vidas, sus productos, sus risas y la realidad misma inundando toda la calle. Si los vendedores informales no estuviesen ubicados allí, tal vez la inseguridad aumentaría, las calles lucirían tristes. El paisaje sería desolador…

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