Hay que olvidar la Universidad - Reflexiones ácratas




Siempre te están esperando

allá en el barrio feliz,

pero siempre está nevando

sobre tu sueño en parís.

Ignacio Corsini.


En el final de Normas para un parque humano, Peter Sloterdijk con gran lucidez escribe que hoy tenemos respuestas a preguntas ya olvidadas. Pero si invertimos la reflexión del filósofo, podríamos decir, que tenemos preguntas que fustigan nuestro pensar y a las cuales no queremos darles respuestas – a no ser que sean de ocasión-.


Unas de esas preguntas peligrosas que levitan en el aire del gueto académico, es sin duda alguna ¿Qué es la universidad? ¿Para qué sirve la universidad? ¿Cuál es su ethos? Ya sé que muchos me responderán increpados, que desde hace mucho tiempo se han respondido con suficiencia dichas preguntas, y lo más seguro, es que de diversas posiciones estarán de acuerdo en responder al unísono; la Universidad es una institución encargada de formar mujeres y hombres integrales a través de la ciencia y el conocimiento universal, noble tarea que realiza a través de sus ya reconocidas funciones: la academia, la investigación y la proyección social. Empero, algo nos hace sospechar que se está enmascarando el ser y el deber ser de dicha institución, al desconocer su correspondencia panóptica derivada del Estado policía, o, que simplemente queremos verla a través de los espejos de una ilusión distorsionada, que niega la presencia cotidiana de las condiciones, reglas, códigos y métodos heredados de las estatales sociedades disciplinarias como lo plantea Derrida en la universidad sin condición.


Sí, una voz disonante y clandestina nos susurra que la Universidad contemporánea, responde a otro quehacer y que a pesar de la imagen con la que se autoproclama -mito discursivo- su figura, así como su horizonte de sentido, se encuentran inmersos en el régimen de verdad -la forma y contenido como se construye y se acepta una verdad- que funda el gobierno de los hombres. En consecuencia, se puede plantear en perspectiva post-estructuralista, que el significado del Alma mater, navega por otros mares, que su función estratégica en correspondencia con las relaciones de poder, se sitúa en el diseño y puesta en marcha de los procesos de subjetivación, que refuerzan las sujeciones del sujeto moderno al pensamiento estatal. Realidad que eludimos, porque siempre estamos buscando conocer, como lo exige la condición universitaria, excluyendo de paso la reflexión del pensar, que alude a otras dimensiones históricas, políticas y subjetivas.


Es mucho más cómodo basar nuestros proyectos de vida sobre los hechos, que de-construir las trilladas sendas, a la luz de las fuerzas de la vida, que luchan incesantemente por la ocurrencia del acontecimiento –en el sentido que Badiou le da a este término- ¿Qué difícil es aceptar la posibilidad de una Educación sin condiciones? Que en el terreno político, se traduce en un pensamiento sin Estado, sin fronteras, ni instituciones, como argumenta Lewkowicz en Pensar sin Estado. La subjetividad en la Era de la Fluidez.


Michel Foucault, en el curso de 1976 del college de france, titulado hay que defender la sociedad, plantea que en el siglo XVIII se refuerzan los discursos de saber/poder que incorporan al hombre como sujeto y objeto de estudio, generando una relación de poder que denominó el disciplinamiento sobre el cuerpo -vigilancia y control sobre los cuerpos- que rápidamente se diseminó por la vida social seleccionando, normalizando, jerarquizando y centralizando todo lo que encontró a su paso. En esta empresa, se organizó cada saber como disciplina, a la que se le entregó una jurisdicción, que corresponde a la delimitación de un objeto de estudio, un método para su conocimiento y unos límites en el que se marca su campo de conocimiento.


En estricto orden, todas las disciplinas del saber, se encuentran inmersas, o mejor, responden a un ejercicio de poder, que actúa sobre ellas, y que corresponde a una especie de policía del conocimiento: la ciencia. La cual tutela, que se cumpla a cabalidad con los requisitos monolíticos del conocimiento.


La “educación científica” se orienta hacia una objetividad que simplifica sus premisas y define los dominios de investigación de la misma cientificidad. Con esto fija las herméticas fronteras entre la física y la filosofía y las envuelve en una lógica propia, uniformando y sometiendo sus posturas y divagaciones. Esta determinación priva las libres intuiciones que tienden a despintar las fronteras disciplinarias y que erradican -de cuajo- toda pretensión de carácter extra-científico (opinión, creencias, especulaciones, improvisaciones, intercambios culturales, etc.) (Startori, 2006)


Será precisamente esa labor coactiva de la educación, la que lleve a Julio Cesar Carrión en itinerario de nuestra escuela a realizar un parangón entre la escuela y el “lecho de procusto”, aquella leyenda que narra, que Damastes obligaba a los visitantes de Eleusis a acostarse en una cama de hierro, donde procedía a estirar los cuerpos o mutilarlos con el fin de homogenizarlos a la medida de la cama. Estableciendo de esta forma, un marco reflexivo que indica que la tarea educativa de las sociedades contemporáneas, se ha reducido a mutilar las partes, que no encajen en el espacio hegemónico del conocimiento tutelar de los ejercicios del poder.


De ahí que, tras mirar con agudeza los sueños y subterfugios de la razón ilustrada, Michel Foucault, argumente con su fina pluma capilar que:


(…) la universidad tiene en principio, una función de selección no tanto de personas como de saberes. Y ejerce ese papel por la especie de monopolio de hecho, pero también de derecho, que hace que un saber que no haya nacido, que no se haya formado dentro de esa suerte de campo institucional…el saber en estado salvaje, nacido en otra parte, quede, de entrada y de manera automática, no digamos que excluido totalmente, pero si descalificado a priori (Foucault, 2003).


En esta línea de pensamiento, se puede plantear que, la universidad es la institución encargada en las relaciones de saber/poder, de certificar los conocimientos, de verificar que los discursos se encuentren enmarcados en el régimen de verdad y, por lo tanto, descalificar los saberes que no respondan a la verdad hegemónica. Si se quiere, el ser y el deber ser de la universidad es someter saberes, y con ello excluir a todos aquellos sujetos sin sujeción - es decir, aquellos que no se dejan seducir por el poder de atracción que exhiben los juegos democráticos- que bebiendo del saber de los vencidos, emanan una filosofía volcánica -explosiva-, que no responde a la gubernamentalidad del conocimiento. De igual forma, podríamos decir que todo su aparato burocrático compuesto por tres sogas, directivas, profesores y egresados, responden a la noble tarea de ser policías que vigilan y controlan que no se dé ningún desplazamiento interno y externo en los procesos de regulación de los saberes y, en el mejor de los casos, permitir un mínimo de pensamiento, sólo un mínimo de procesos de subjetivación que intenten generar desplazamientos por fuera de los límites establecidos. Es políticamente correcto, no aniquilar completamente la diferencia.


Bajo la óptica del pensamiento anarquista, se puede sostener, que todos aquellos que fustigan los límites institucionales, a través de análisis reflexivos que buscan significados, más que conocimientos y verdades, son soslayados, apartados o excluidos, de la misma manera que se cierran los espacios de reunión y trabajo a las expresiones que no sean útiles a la dinámica del ejercicio de poder. Entiéndase centros libertarios, culturales, cátedras alternas, casas de lecturas, saberes ancestrales, formas de organización raizal, campesinas, cimarronas…


Ahora bien, ¿cómo se ejerce esta tarea policial sin que se sienta la asfixia y la presión de la vigilancia? En perspectiva foucaultiana, se puede responder que, a través de los procesos edulcorantes de castigo y vigilancia, redireccionados por los dispositivos de control de la población; se ha gestado unos ejercicios del saber/poder que seducen al individuo moderno, a permanecer ob-ligado a la producción de verdad y; sobre todo, por la atracción que aún genera la acción social -en el sentido weberiano- de la figura del Estado y de la educación con condiciones.


Sí, seguimos empotrados a los escenarios resultantes de las batallas que construyeron la sociedad disciplinaria y del control –primera modernidad y segunda modernidad- negando de esta forma, la producción de una nueva batalla, que destruya dichos dispositivos de poder. Es más, reproducimos cotidianamente las relaciones de poder de este tipo de sociedades, a manera de ejemplo y sólo de ejemplo, cuando se pronuncian discursos que están por fuera de las reglas aceptadas por el gueto académico, son “los alternativos” los primeros en reclamarles la cientificidad, el estatuto epistemológico, el método, o simplemente se les escucha para conocer de dónde provienen sus desviaciones y, así poder mejorar las estrategias de ortopedia social.


Esta atracción por mantener vivo los resultantes de los campos de batalla de otrora, de transferir energía a dichos espacios, desarrollarles propuestas, convocar la participación en estos escenarios reglados, es en definitiva, lo que mantiene con “vida” las relaciones de poder, de lo que Michel Foucault llamó la biopolítica –las disciplinas sobre el cuerpo que se ejercen en los hospitales, las cárceles, escuelas… y de control como los procesos de medicalización social – (Foucault, 1983) estableciendo de paso una servidumbre voluntaria que nos aprisiona y/o ancla a su régimen de verdad, a su verdad ficción, a las sociedades demofascistas como las denominó Pedro García Olivo.


Aunque sea difícil de aceptar, hay que decir que no son sólo las acciones del ejercicio del poder, sino también algunas prácticas de resistencia –aceptadas por su racionalidad- las que conservan y si se quiere, mantienen estable el cuerpo social, impidiendo de esta forma, que se den transformaciones axiales y radicales, como por ejemplo, desaparecer La escuela, esa vieja y gorda vaca sagrada.


A este respecto, el pensador Eslovaco Slavoj Zizek en el Adagio de su libro sobre la violencia, seis reflexiones marginales, realizando un parangón entre la noción del campo de Higgs y los campos de batalla ideo-políticos, esboza temerariamente que lo que hay que hacer para provocar un cambio en el sistema es reducir la actividad, no hacer nada (Zizek, 2009) ningún movimiento, ningún esfuerzo, ningún gasto. Ya es hora de conocer la nada.


Pensemos que el sistema social se asemeja a un pantano, donde cualquier movimiento que hagamos nos hundirá aún más en el fango. Entonces, nada de luchas en esos campos de guerra amañados, nada de juegos en mesas donde se encuentran las cartas marcadas, omisión total a sus reglas tradicionales de oposición, al fin y el al cabo, durante muchos años lo hemos intentado a través de esos campos de acción y, henos aquí con todas nuestras formas organizativas en crisis, observando impávidos como liberales de izquierda y liberales de derecha, se reparten alternativamente la gestión y la administración del capitalismo (Onfray, 2006) . Ya es hora de intentarlo a través del campo de la no interlocución, es decir, de la no participación en los escenarios de vigilancia y control, ha llegado el momento de empezar a mirarnos a los ojos, para valorar nuestros discursos y escenarios de poder, y de esta manera condenar al enemigo a la mejor de las venganzas, a su destrucción por olvido.


Vive tu vida. Déjate ya de servilismos.

Vive tu vida. Déjate ya de servilismos.

La pestilencia.


Por Boris Edgardo Moreno Rincón

Contactos: borisedgardo@yahoo.es





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1 Comentarios

Anónimo dijo…
La típica porquería de desadaptados inertes, que no proponen nada a la sociedad, que no aportan sino droga, venereas y estupidez a este mundo... Con que cara pueden criticar??? con que cojones pueden sacar a una sociedad adelante?, pero si cuando estan caidos en el mas profundo fondo de su inmensa mierda ahi si el estado tiene que sacarlos....

Señores piensen, mediten ... y sus pobres madres sufriendo su decadencia....