MANUSCRITO HALLADO ADENTRO DE UN KRAKEN




MANUSCRITO HALLADO ADENTRO DE UN KRAKEN

La libertad, por lo que respecta a las clases

sociales inferiores de cada país, es poco más que la

elección entre trabajar o morirse de hambre.

Samuel Johnson

El sol rompió al ritmo de una lentitud inmaculada el horizonte desbocado. Hizo a la vez del mundo otra madrugada luminosa para los hombres ensombrecidos. Evocó la luz además unas calles ardientes como nunca antes se había visto en el mundo de los seres inhumanos y ellos deshabitados de la tranquilidad universal. Ya tras el paso del instante hubo una leve brisa proveniente de los cerros desolados. La suavidad del viento de pronto comenzó a airear una ciudad adormecida y de un no tiempo perdurable. Las briznas entre las briznas fueron usurpando además algunas flores violetas de cierto ocobos románticos que bellamente adornaban las calles de los parques primaverales. Por mi parte de la vida, mientras tanto, yo, miraba nomás mi rostro entre los versos del tiempo. Luego seguía regando algo de poesía eterna al universo de los innumerables culpables. Hacía así yo eso de narrar el desprecio humano en las afueras de mi pocilga en la que se dormían todos mis deseos inconstantes. Entre lo tanto de la vida yo solamente sentando sobre una acera algo ensuciada. Mi pluma del antiguo instante todavía permanecía entre mis dedos sobre un lienzo raido. Yo traba de terminar antes bien la última metáfora nostálgica de las tan pocas metáforas, inventadas para mi recuerdo develado; pero ya entonces, comenzaron por reverberar las flores de los ocobos súbitamente. La belleza florida se iba yendo de a poco hacia el cielo sublime. Se elevaban ellas entre el aire de otras flores vívidas de esperanza. Parecían verse además sus vuelos como las de unas cometas brillantes. Ellas eran algo hermosas viéndose desde la lejanía. Sin embargo, tras el poco tiempo del tiempo, ellas, descendieron muertas para posare enseguida, sobre algunos barcos imaginados; siempre surtidos de dulces gringos y desde donde, ellos, unos navegantes solitarios, fueron disipando de golpe, unos aromas de muerte, bajo el ambiente preciosamente poético.

Ahora bien, yo entreveía por allí las olas de algún mar embravecido, cuya suciedad de cadáveres, se revolcaba fuertemente debajo de la espuma de los puros ahogados sin su vida digna. Era lamentable ver así toda esta invención, pese al paraíso del cielo; otra vez, fraguado en alguna otra creación lejana. Luego no supe nada más claramente desde los ayeres invertidos. Aquí ya tuve que entender olvidadas las extrañezas de mis nociones perturbadoras. Obviamente volví en mí lo más rápido que pude desde las abstracciones de mi ciudad perdida. Divisé seguidamente el exterior que me correspondía vertiginosamente. Veía ahora algo agitada la dicha mañana del dolor ajeno. Era algo excéntrica toda su rutina bajo este centro esencial por donde se circulaban los hombres del comercio palpitante. Lo hacían ellos desde sus muchos vicios; junto a la decaída ciudad del mal, una ciudad concertada entre un ritmo de ciertos días desaguados. Se iban así todo ellos reapareciendo asimismo como unos trabajadores de puras melenas largas. Andaba ya cada ser irracional atrás de las prisas algo mal colocadas del exterior sin vida artística. Veía ya más adelante andar a los empresarios en compañía de sus portafolios. Reaparecían con sus caras deformadas y de pronto ellos se hacían partícipes entre los callejones principales de aquel pedazo de orfandad vacilante. Algunos a su vez parecían estar soñando despiertos. Había mientras tanto otros ejecutivos quienes se sabían todos rodeados con ojeras trasnochadas en sus parpados partidos. Sólo después comprendí a algunos pelados todos gomelos. Los gomelitos iban recorrían paso a paso la calle nada bonita del bullicio desesperante. Todos ellos caminaban en manada y entre sus sonrisas de burla. Iban ya algunas nenas bien arregladitas. Estaban recién bañadas en compañía de los peinados violetas y los pelajes algo rosados.

Ya del otro lado del vacío, había algunos niños desprevenidos de la vida. Los pelados se entendían absolutamente desarreglados. Parecían estar con el traje de la noche del ayer. Pero sin nada de pena salían a las afueras de sus calabozos. Y ellos sin siquiera peinarse sus cabelleras enmarañadas de mugre. Así que ante toda la mañana de la mañana, por lo pronto, reapareció la rutina, entre la nada del afán por conseguir billetes con ansiedad. Salían así entonces a sufrir casi todos los habitantes de una vida aislada del arte de amar. Era así como se veía la muchedumbre de los sonámbulos callejeros. Así todo ese gentío concurriendo para otra madrugada, disuelta y desecha, sin nada esperanza en los corazones rotos.

Pero luego, hubo tres despreocupados muchachitos, ellos, saliendo de la esquina de donde mi soledad, todavía estaba humillada, sin más tristeza recibida que la otra soledad sincera. Eran entretanto las siluetas de los niños de algún aspecto volátil. Eran sus formas de unos colores casi azules. Todos ellos recorriendo presurosamente alguna brisa fantasma. Ninguna parecí verse entre los espejos de las vitrinas de los casinos. Mientras tanto los morochitos querían adelantarse a conseguir un buen plato de sopa en el restaurante de al lado de mi tugurio todo lleno de ratones. Yo los miraba y yo sólo los miraba con algo de impotencia. Aquí pues el niño más alto recibía la comida con ansiedad. Los otros niños restantes se recostaban sobre un suelo frio, para degustar así, la dicha porción diaria o semanal del alimento como si fuera regalado a unos perros. Este arrojo de poco amor sucedía desde una presunta normalidad desapercibida. En la otra calle mientras tanto hubo algunos vendedores de dulces quienes fueron acercando las barcazas cúbicas a los otros semejantes del estío tardío. Al rato los marineros pudieron detenerse en cualquier lugar de la acera marítimo y de momento fueron ofreciendo los productos a cualquier muchacho que pasara por el sitio vespertino. La venta la hacían los humildes felizmente. Vendían allí sus horas adentro de todo ese océano turbio y otra vez negruzco desde el propio capitalismo. El viven del agua se hizo entonces para mis ojos otra vez inmunda. Ahora los dadores de dulces gringos estaban solos desde su otra esclavitud. Navegaban arduamente sus barcas de velas coloridas por entre las olas embravecidas. Ya parecían otros esclavos de la supuesta modernidad nuestra. Se mataba otra explotación cuando, ellos, querían viajar por la ciudad, aún ciertamente adversa, aún algo infantil desde la ambición ignorante.

Los esclavitos, por su parte, ofrecían algunas marcas americanas de dulces solamente llenos de cosas sintéticas. Las remuneraciones eran además inapreciables para todos los pobres recién robados. Permitían las monedas lentamente dar para pesca de otros milagros espirituales. Ya para la otra parte en donde me hallo, no lo sé, sólo recuerdo otro escaso tiempo de muerte. Se sucedió de repente cuando fueron llegando algunos hippies entre las deshoras irregulares. Todos ellos se ponían desenrollaban las esteras suyas del hedor al trago trasnochado. Exhibían enseguida aquí, los parceros, sus collares de piedras pulidas. Mostraban luego sus manillas coloridas del ayer. Al mismo tiempo ellos buscaban asemejar las legendarias artes de nuestros ancestros indígenas. Y fuera de eso no faltaba quien ofreciera aretes enmallados; diademas metalizadas de grises, algunas sandalias isleñas y las riatas simulando ser víboras enroscadas. Sólo entonces así, los amigotes de la ilusión, eran lindamente amantes del arte, pero pese a todo, ellos, no vendían las manillas suficientes; por lo tanto, los amigos de lo ambulante, enrollaban de golpe las alfombras otra vez con alguna lágrima de tristeza. Al acto seguido algunos hippies decidían zarpar mágicamente hacia otro horizonte de magia. Era algo alucinógeno así como sus conciencias disolutas. Aunque al rato volvían casi todos ellos del más allá tan absorbente. Desenvolvían entre risas otra vez sus muchas artesanías del recuerdo. Luego casi todos los navegantes podían vender fantásticamente sus poquitas invenciones del amor a la mujer del arte. Al fin pues los parcerotes conseguían hacer los billetes para hacer otro viaje a la eternidad de los sueños profundos. La remuneración eso sí no era nada satisfactoria. Pero también daba lo posible como para dar una bailada con alguna muñeca mimosa, ella, algo distante de la ruina y de la furiosa realidad. Y todos así, queriendo bailar afuera de la agonía y todos queriendo estar afuera de la mañana, sin mañana y sin los besos robados, pero al final de la noche, otra vez, todo revestidos y con los sueños rotos. Luego así nomás los hippies terminaron zarpando por un lado de la costa. Ellos nadaron algo perturbados mientras por el otro lado se aparecieron unos vendedores de papas viejas. Remaba dicha tribu introducida entre las balsas rubias. Eran circulares sus balsitas y tenían el salero de remo a la derecha de siempre. Luego se detenían a pensar en los desprecios extraños. Sucedía porque los jóvenes burlones se pasaban a decirles; Eh, eh, Papa vieja, papa vieja, deme un maldito paquete de papa verde. Aquí pues no se acaba el cuadro de la lástima sin el canto. De hecho aún se fueron acercando más vendedores al centro de la ciudad. Se hacían otra vez en las aceras de las calles inmundas de la mirada enemiga. No había ahora ni nunca ningún otro lugar para ellos desgraciadamente. Siempre dicho grupito llegaba algo tarde al trabajo. Venían con su flotador intermitente cruzado a la espalda. Eran los navegantes de los minutos ofrecidos con peticiones de misericordia. Ellos se recostaban bajo los ocobos de la lindura. Parecían además las mujeres, unos teléfonos públicos de celular; pero ellas, atendían, entre la misma pobreza y siempre sonreían generosamente.

Ahora luego, recuerdo haber visto otra cosa peor en mi ciudad de la violencia. Era ver los náufragos del desvarío bohemio. Sentían ellos la marea llegándoles ya a la garganta. No vendían nada más que pedir la limosna. En sus caras casi ni miraban a la gente. Sólo se dejaban arrastrar por las corrientes negras del silencio del mar infernal. Andaban además sin alguna vida digna en la sociedad homicida. Estaban como perdidos del ayer persistente. Ante ello sólo cerró mis ojos por un instante. Ya después observé una última vendedora de cartas lacrimosas. Podía sentirla a ella borrosamente desde una esquina algo contrariada. Parecía estar la mujer agarrada a un lienzo de rosas escasamente. Andaba ella algo llena de inspiración entre los poemas del desencanto. Y la ancianita procuraba no hundirse, ante los fuertes oleajes del mar salvaje, pero pronto, ella se murió como una artista de verdad y se murió entre el olvido de las poetisas.

Ahora entonces yo ya estoy muerto. Ahora entonces yo sólo evoco el amor de los navegantes. Era una esencia única de dar muchas formas de nobleza. La mayoría de dichos enamorados nomás querían conseguir la pesca milagrosa del arte. Una pesca que fuera algo buena para la vida. Luego ellos procuraban departir la comida bajo una noche encendida con sus hijos algo navegantes del mar. Además ellos sólo querían disfrutar a sus esposas con una muda de ropa no tan penosa. Pero no pasaba así nada entre los sueños vivos. Pasaba era todo lo contrario de las cosas buenas. Aquí nomás las mujeres y aquí nomás los hombres se morían muertos, adentro de sus cuartuchos de hambre, por el olvidado del viejo mundo, pero antes del final, todos ellos, muriendo devorados por algún Kraken, muriendo entre las fauces de la bestia, sin ninguna misericordia de perdón entendida.

Así nomás, sólo entonces, entre los otros ayeres del ayer, pude recordar, por fin, la muerte de mi antecesora existencia. De hecho por allá, entre lo lejano, yo también hube de tropezarme con el Kraken del horror; pasó una sola vez el animal, por sobre mí presencia y de golpe la bestia, pudo devorarse toda mi vida de poeta, fuera de acabar a todos los otros navegantes del arte, tan lindo del amor, igual, no lo sé bien, pero la bestia pudo matar, la presencia de mi ayer, el Kraken, pudo matar mi historia del tiempo; por lo tanto, hoy tengo otra existencia en mi ciudad perdida; hoy soy además un filósofo solitario, mientras tanto, hoy sólo lucho por la metamorfosis del Kraken. Y así él me haya dejado durante la antigua vida, sin mis piernas y sin mi cabeza; ahora no importa su sueño sin sueño del pasado; por tal hecho, mañana sólo me importará lo sublime de su inmortalidad, la sabiduría del ángel del mar; luego, su presencia abrazando a los otros navegantes del mar y su lindura como el espíritu del amor social; pero no, no, que pasa y ese estruendo, ah, no, ah…

POSDATA: El Presente texto se publica con la autorización del Autor, el artista Rusvelt Julián Nivia. Mayor información al contacto: rusvelt1@hotmail.com

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1 Comentarios

Anónimo dijo…
Si me gusta. Espero les guste. Nos vemos luego.