La nave de los locos y la defensa de la palabra


Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve

A decir lo que piensa no es un hombre honrado

José Martí

En Basilea, Suiza, en el año de 1494, cuando por Europa aún deambulaban los clericis vagantes y los juglares, Sebastian Brant publicó una de las obras más famosas de su tiempo: Stultifera Navis “La nave de los locos”, se trata de una sátira popular contra los vicios humanos en la cual, imitando El Decamerón de Giovanni Bocaccio, relata el viaje a Locagonia -el país de la locura- de 111 personajes de diferente extracción social. Cada uno representa un vicio humano.

El autor muestra una nave a punto de zozobrar, cargada de necios y de pecadores. Se trata de la crítica a una sociedad, que comenzaba a salir de la Edad Media y no encontraba puerto seguro, porque parecía abandonar las orientaciones de la Iglesia, bajo el influjo del pensamiento antropocéntrico. Brant fustiga tanto a los príncipes como a los plebeyos, a hombres y mujeres, por estar sumidos en un mundo de pecado y descomposición moral.

En esta obra habla la Locura, que decide hacer su propia apología y defensa, de un modo brillante e ingenioso, señalando las costumbres y los vicios de la época, como mostrando un espejo en donde cada uno pudiera ver sus vicios y defectos.

Hieronymus Bosch, en español conocido como El Bosco, quien seguramente conoció el poema de Brant, en los últimos años de ese mismo siglo, compuso un cuadro con el mismo nombre. La nave de El Bosco está llena de monjas y frailes que cantan acompañados de un laúd alrededor de una mesa con comida; de las cuerdas y amarras de la embarcación penden alimentos y un pollo asado se encuentra atado al árbol-mástil, algunos personajes cantan y beben, mientras otros no soportan los estragos del licor; la nave no tiene proa ni popa, lo que indica que no tiene dirección. A la vez cómica y satírica, esta nave de locos tiene como protagonistas doce personajes delirantes, diez se agitan dentro del barco, mientras dos hombres desnudos nadan a su alrededor y piden bebida. El mástil es un árbol, del que flota un pendón con la media luna de los turcos -considerados entonces los principales “locos”, enemigos de la cristiandad-; entre el follaje se ve una calavera, símbolo quizá de la muerte que cautelosamente acecha. (Según otros se trata de una lechuza, la emblemática ave que representa razón, que vergonzosa se oculta entre las ramas).

Tanto la nave de los locos de Brant como la del Bosco, son embarcaciones que navegan rumbo a ninguna parte, sin dirección ni timonel, sólo les acompaña el azar y lo imprevisto; los pasajeros son inconscientes de los peligros que pueden aguardarles en tan insensato viaje.

Michel Foucault asevera que de todos los navíos fantásticos que inventó la Edad Media y el Renacimiento, el único que tuvo una existencia verdadera fue la nave de los locos, “ya que -dice- sí existieron estos barcos que transportaban de una ciudad a otra sus cargamentos insensatos”.

En su libro Historia de la locura en la época clásica, en el primer capítulo que precisamente llamó Stultifera navis (Nave de los necios, nave de los locos), nos cuenta que en la baja Edad Media, desaparecida la lepra como encarnación del mal, se colocó a la locura en la categoría de los vicios que predecían el triunfo del reino de Satán y el fin de los mundos.

Los locos, entonces, eran expulsados de las ciudades de Europa como una medida preventiva y profiláctica, pues se buscaba evitar una peligrosa contaminación. Además se creía que el agua poseía una especie de propiedad de purificación, milagrosa y ritual.

La “Stultífera navis”, la Nave de los locos, es un objeto nuevo que aparece en el mundo del Renacimiento: un barco que navega por los ríos de Renania y los canales flamencos. Los locos vagan en él a la deriva, expulsados de las ciudades. Son distribuidos en el espacio azaroso pero purificador del agua

La figura del loco es importante en el siglo XV: es amenazador y ridículo, muestra la sinrazón del mundo y la pequeñez humana, recuerda el tema de la muerte, indica a los humanos una alegoría de su final seguro. La demencia es una señal de que el final del mundo está cerca. En esta época, tanto el loco como el epiléptico, fueron vinculados con temor, a presuntos saberes esotéricos y oscuros.

Los pasajeros de la incontrolable nave eran, según se decía, “aquellos que se entregaban a la orgía y el desorden e interpretaban mal las Escrituras” y que, por ello mismo, no cumplían o cumplían de manera equivocada, desacertada o deshonestamente su misión.

Esta embarcación es una poderosa metáfora de múltiples significados, entre ellos el del viaje de expulsión que emprenden los insensatos, dementes y lunáticos relacionados con el poder político, académico o cultural, que muchas veces conforman sus tripulaciones-manicomio carentes de valores, anónimas, inconsistentes, torpes, pero a la vez sinuosas, taimadas y expertas en las artes del engaño, de la triquiñuela y de la trampa, que les lleva a asumir como propia la cordura y a señalar como “locos” a sus opositores.

Estas estructuras de la microfísica del poder -que también Erasmo de Rotterdam en su ensayo El elogio de la locura de 1509, quiso conjurar- cuando se les descubre, pueden llegar a ser brutales y agresivas.

El comportamiento descrito, históricamente ha motivado decenas de ensayos y de libros que buscan establecer ese siniestro nexo existente entre la locura y el poder, partiendo, precisamente, del mito iniciado con la Stultifera navis.

Como lo expresamos en el prólogo, este libro es un compendio de artículos publicados durante los dos últimos años en diversos medios impresos “artículos no confrontados conceptualmente, pero sí censurados y vetados, tanto por los burócratas de la educación, como por los gerentes, directores y editores de una prensa subrogada a los intereses mercantilistas y comprometida exclusivamente con la defensa de los contratos establecidos con esas mismas instituciones educativas que orientan los insensatos”.

En lo fundamental se trata de un ejercicio de crítica a la cotidianidad pedagógica y educativa de nuestro medio regional. Impugnamos esos estrechos intereses, tanto de los medios de comunicación y sus agentes, como los de los administradores de las distintas empresas educativas y el simulacro que se ha apoderado del mundo académico y universitario.

Paradójicamente, como lo asevera Fernando Savater, “nuestra modernidad nace bajo el signo de un héroe delirante y ridiculizado: Don Quijote”. Loco genial que logra cuestionar la razón existente y la supuesta cordura que gobierna y tergiversa al mundo.

Las “locas” aventuras de Don Quijote, y de su escudero Sancho Panza, nos enseñan que se puede estar preso no sólo en las mazmorras del poder, también en el entrampamiento y el bloqueo fijado por las reglas de juego de las estructuras de un sistema social. Como el nuestro, el del capitalismo tardío que nos ha correspondido soportar, que cada vez es más parecido a un campo de concentración y de exterminio, y que ha llegado a imponernos, por ejemplo, el velo mediático, que consiste en una forzada interpretación de la realidad mediante el uso acomodaticio de las palabras, lo que cotidianamente logra gracias al manicomio periodístico vigente, que apela al veto, a la censura y a la autocensura, para silenciar no sólo la diferencia y el disentimiento, sino hasta la propia conciencia, y obtener así el llamado “pensamiento único” ya globalizado, así como ventajas y prebendas por la venta de la dignidad y los supuestos valores de una democracia que ya no es más que una sangrienta mascarada.

Eduardo Galeano lo denuncia:

Creo que una función primordial de la literatura latinoamericana actual consiste en rescatar la palabra, usada y abusada con impunidad y frecuencia para impedir o traicionar la comunicación. "Libertad" es, en mi país, el nombre de una cárcel para presos políticos y "Democracia" se llaman varios regímenes de terror; la palabra "amor" define la relación del hombre con su automóvil y por "revolución" se entiende lo que un nuevo detergente puede hacer en su cocina; la "gloria" es algo que produce un jabón suave de determinada marca y la "felicidad" una sensación que da comer salchichas. "País en paz" significa, en muchos lugares de América Latina, "cementerio en orden", y donde dice "hombre sano" habría que leer a veces "hombre impotente".

Se han conocido muchas formas de censura, ejercidas por los más diversos sistemas políticos, económicos, religiosos… que van desde la vigilancia, el control, la reprobación, la difamación y muchas otras penas y castigos sobre la palabra pronunciada o escrita: desde la quema de libros y de hombres que practicara el aún vigente Tribunal de la Santa Inquisición; la prohibición de obras incómodas o peligrosas para los detentadores del poder -de cualquier poder-, hasta el destino de silenciamiento, proscripción, cárcel o pena de muerte para algunos escritores y periodistas. Hoy se aplica una censura indirecta que actúa de un modo casi que invisible o subterráneo, que resulta más eficiente por sutil, pero que no por menos brutal la podamos considerar menos real.

A favor de la libertad de expresión seguiremos empleando, a todo riesgo, la palabra, como exclusivo recurso y única arma de resistencia en ésta desigual confrontación, defendiendo las recomendaciones y los fervientes ideales éticos fijados de Don Quijote de la Mancha, ese “loco” genial que inaugurara la modernidad: La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.

Bueno, a fin de cuentas,

¿De qué sirve escribir si no es para desafiar el bloqueo que el sistema impone al mensaje disidente?”

Julio César Carrión Castro

Marzo 19 de 2010

El texto Defensa de la Palabra de Eduardo Galeano en que nos hemos sustentado, se encuentra publicado en su libro Nosotros decimos No

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