Malalai Joya, la mujer que desafía a los señores de la guerra



Es la diputada más joven del parlamento afgano. A sus 31 años, no ha conocido nunca a su país en estado de paz. Y sabe lo que es vivir en uno de los peores lugares del planeta para ser mujer: “matar mujeres aquí es como matar a un pájaro”, afirma esta defensora de los derechos humanos, que a pesar de todo, se juega todos los días la vida para cambiar las condiciones y la cultura de un país tomado por los señores de la guerra

Malalai Joya ha sobrevivido cinco intentos de asesinato, ha sido expulsada del parlamento afgano y se ha visto obligada a ocultarse, pero nada de esto ha conseguido silenciar su voz: este es un extracto de su libro: ‘Raising My Voice” (Levantando mi Voz) publicado por Random Hause.

Traducción:
Nadia Talamantes Ayala - Corresponsal de Paz



"Mi padre siempre decía que podía identificarme en medio de un mar de mujeres con burka por mi manera de andar, como un pingüino, pues con esa vestimenta no tienes visión periférica debido a la rejilla que oculta tus ojos, además es calurosa y sofocante.

La mayor utilidad de estas largas túnicas es que debajo de ellas puedes esconder libros escolares y otros objetos prohibidos. Bajo el régimen talibán también agradecí el anonimato que da el burka cuando iba y venía de las clases clandestinas que impartía a niñas. Hoy, sin embargo, ni el velo más grueso me hace sentir segura, ni siquiera porque me acompañan guardaespaldas. Las personas que me visitan deben ser registradas e incluso las flores de mi boda fueron inspeccionadas en busca de bombas.

Hace poco, por ejemplo, iba con un amigo y se nos ocurrió comprar un helado. Pensé que podía quitarme el velo unos minutos para disfrutarlo, pero enseguida uno de los clientes me dijo “Tú eres Malalai Joya ¿verdad?”. Así que tuvimos que terminar rápido y marcharnos, nunca sabes quién te delatará.

Soy la diputada más joven del parlamento afgano, pero continuamente me amenazan de muerte porque digo la verdad con respecto a los señores de la guerra y los criminales del gobierno títere del presidente Hamid Karzai. Con cinco intentos de asesinato a mis espaldas, me veo obligada a vivir como una fugitiva, cambiando de lugar cada noche para adelantarme a mis enemigos.

Durante mis 31 años de vida mi país ha sufrido una guerra constante. Tras los atentados del 11 de septiembre del 2001 muchos de nosotros creímos que –con el derrocamiento de los talibanes- por fin veríamos un cambio. Pero seguimos bajo una ocupación extranjera y un gobierno plagado de señores de la guerra tan malos como los talibanes.

Las mujeres afganas como yo, que votan y contienden por un cargo, han sido usadas como bandera para demostrar que hay democracia y que la mujer tiene derechos. Pero es una mentira, en Afganistán matar a una mujer es como matar a un pájaro. Seguimos encarceladas, sin acceso a la justicia, perseguidas por criminales misóginos.

Para los fundamentalistas “una mujer debe estar en su casa o en la tumba”. En muchos sitios las mujeres corren peligro si van sin velo o salen sin la compañía de un pariente. Sigue existiendo la venta de niñas para el matrimonio, y cientos de mujeres han preferido morir para escapar de su sufrimiento.

La juventud de Afganistán sólo conoce la guerra. Yo tenía un año de edad cuando el país fue ocupado por los rusos, mi padre –hombre educado y demócrata- perdió una pierna peleando contra esa ocupación soviética. Luego nos fuimos a Quetta, al oeste de Pakistán, donde mi padre me envió a la escuela. Cuando cumplí los 15 años ya enseñaba a leer a otras mujeres en los campos de refugiados".

El nuevo Afganistán es una mentira

"A los 20 años volví a Afganistán, donde impartía clases clandestinas a niñas. Cinco años después, tras la caída de los talibanes, fui directora de un centro médico en la provincia de Farah y responsable de un orfanato. Fue entonces que las mujeres de mi distrito me eligieron para representarlas en la gran asamblea afgana, la Loya Jirga.

Todos en Kabul hablaban del “nuevo Afganistán” y no se escatimaron recursos para dar la apariencia de un proceso democrático, pero para mí era evidente que el viejo Afganistán no se había ido.

Algunos delegados de la asamblea eran señores de la guerra, considerados entre los peores violadores de derechos humanos en la historia del país. Y estaban allí, sentados en los primeros escaños. A nadie parecía inquietarle la presencia de Abdul Rab al-Rasul Sayyaf, el hombre que invitó a Osama Bin Laden a Afganistán y que entrenó a Khalid Sheikh Mohammed, la mente detrás de los atentados del 11 S.

Las voces de las innumerables viudas que me habían contado sus sufrimientos resonaban en mis oídos. Ya era horrible escuchar las atrocidades que estos hombres cometieron, pero verlos en persona era como una tortura.

Luego de cuatro días de sesión, tuve oportunidad de hablar ante los delegados. Hablé tan rápido como pude y desde el fondo de mi corazón:

“Mi crítica a todos mis compatriotas es por qué permiten que la legitimidad y legalidad de la Loya Jirga se ponga en entredicho debido a la presencia de esos criminales que han sido los responsables de la situación del país.”

Muchos de los presentes aplaudieron, pero la mayoría de los señores de la guerra me miraron iracundos. Proseguí: “Son ellos los que han llevado a nuestro país a ser el centro de guerras nacionales e internacionales. Son las personas más misóginas de nuestra sociedad responsables del estado en que se encuentra el país e intentarán seguir haciendo lo mismo.”

Para entonces, varios señores de la guerra estaban de pie, gritando y agitando el puño hacia mí. Yo continué: “Deben ser enjuiciados en cortes nacionales e internacionales”, y de repente no pude escuchar más mi voz, el presidente del Congreso había apagado mi micrófono.

Hubo un enorme revuelo, muchos delegados estaban enfurecidos y una diputada comenzó a gritar “¡Quítenle los pantalones a esta prostituta y átenlos a su cabeza!” En medio del alboroto, una viuda llamada Ayeesha me sujetó y usó su cuerpo para protegerme".
Mayor INFO

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