JAIME GARZÓN, 10 AÑOS DE IMPUNIDAD Y OLVIDO



EL MAL HUMOR DELNADAÍSMO FRENTE A LA MUERTE DE JAIME GARZÓN

Jotamario Arbeláez.
En cualquier agosto rojo y negro.

Mejor que el título que mi amigo Francisco González ha acordado a mis palabras mañaneras, “Humos y nadaísmo”, yo quisiera llamarlas “El mal humor del nadaísmo”, pues no otra cosa que rabia puede generarse en el pecho y entre los dientes, ante el asesinato de un artista que se la jugó toda por la vida, destapando con sus chistes la olla podrida en que nos venimos cocinando sin compasión.

El chiste fácil es muy fácil, produce risa facilito,
pero el chiste sutil y cargado de veneno es mortal,
porque puede ocurrir que además de despertar carcajadas
genere ráfagas de metralleta.

A Jaime lo pudo matar cualquiera. A propósito hay doce hipótesis sobre su muerte y hasta el crimen pasional se contempla. Lo que ya pasa de Castaño a oscuro.

Habría que ver si a la calavera de Garzón le dejaron la caja de dientes que lo hizo inmortal cada que se la quitaba (“Soy el único colombiano que se quita los dientes para comer”, proclamaba San Heriberto). o si quedó por fuera para reírse de sus asesinos desde un vaso de agua.

Agradezco a El Espectador por invitarme a traer a la memoria de Jaime estas flores de papel quemado, en este homenaje que tiene la virtud de convocar a las personas que le amaron y le respetan exiliado en el interior de la tierra y que como un rompecabezas vuelven a armarlo, porque cada ser es la suma de sus amigos.

Mi intervención está repartida en tres textos. Los dos primeros son refritos de mi columna “Contratiempo” de El Espectador. El último es producto del nadaísta trasnochado, como me llamó el doctor Lleras. Hay quienes tienen el don de reír llorando y hasta de hacer reír con la muerte. Pero yo no soy Garrik, por lo tanto la receta es la misma.

1. LA MUERTE DEL CÓMICO

Cuando se comienza a asesinar la risa, cuando el muerto es el cómico, se está violando algo más que los Derechos Humanos y es el privilegio sempiterno del payaso, del artista de la palabra, del bufón de la corte, de burlarse del rey en su propio palacio, y de todo lo que pasa por las arcas del reino.

¿Quién puede tener corazón y huevos para asesinar la risa? Con el asesinato anunciado de Jaime Garzón, tamaña intolerancia viene a tomar asiento de privilegio en Colombia. Qué tal que Hitler hubiera condenado a muerte y ejecutado a Charlot, o Franco a Picasso, o el Pentágono a Jenny Bruce, o los académicos santanderistas a Fernando González, o López Michelsen a Klim.

Los últimos antecedentes conocidos son las mortales amenazas islámicas a Salshman Ruddie por el Ayatola y la inmolación de Víctor Jara cantando en el estadio con las manos cortadas por los esbirros de Pinochet. Jaime Garzón viene a convertirse en el último Abel, el inocente asesinado con la quijada de un país ya muerto.

Aún nadie sabe quien es el asesino porque es una guerra ciega cualquiera puede ser Caín. A Colombia entera la han rematado destripándole el corazón. que era Jaime, ese genio multifacético de la actuación en cadena que hizo las delicias de un país ya sin dientes para la sonrisa. Mediante su galería de personajes supo interpretar y criticar y burlarse de nuestras miserias.

2. DE ESE DÍA NO PASABA

“El próximo sábado soy hombre muerto”, les dijo el miércoles a quienes almorzaban con él en El Patio, y le pidió un vale a Fernando para firmar el consumo.

Semanas antes, en una operación humanitaria de rescate de secuestrados se había estrellado en el llano contra un árbol premonitorio, accidente en que sólo se quebró las piernas y otros huesos del cuerpo, viéndose obligado a continuar haciendo reír al país desde un sillón de ruedas.

¿Señalará la página del libro que está leyendo? ¿Conservará prendido el calentador?

El viernes en la madrugada, cuando se preparaba para marchar a la emisora, encontró que le habían traído la camisa del accidente y se la puso en vista del blanco impecable.
Cuando pasó por la bomba de gasolina la aguja del combustible le indicó que estaba llegando a ceros, pero no se detuvo.

Por el parabrisas iba mirando lo que había sido su vida. Toda la película de sus amores, de sus humores y de sus dolores. Tal vez vio brillar con un resplandor sospechoso la última bota que había embolado.

Los sicarios acostumbran antes de disparar llamar a la víctima por su nombre de pila. Así se aseguran que no están matando al otro. Porque miserables es lo que somos, o porque lo matamos o porque lo dejamos matar.

En su pequeña casa de La Calera (en su garçoniere) (“Si se pierden pregunten por la casa del hacendado Garzón”) cuyos dominios se extendían hasta donde se perdiera la vista porque según él es de uno todo lo que se ve, se le encontraba como un santón de oriente fumando un cachito, entregado a explicarse el mundo a través de sus asombrosos manuales de física, a redondear sus geniales apuntes cáusticos y a establecer en un mapa su próximo recorrido por el monte en busca de rescatar –por las buenas- a un secuestrado.

A veces volvía a encontrarlo en la Gobernación, y mientras los medios en cascada entrevistaban al Gobernador por la feliz nueva de la liberación de un plagiado, él hacía mutis por el foro y nos íbamos a tomar un agua aromática mientras se desprendía los cadillos montaraces de las botas del pantalón.

Aparte de ser la conciencia del país, al que le mantenía midiendo el aceite para aventurar su comentario mordaz, era un humanista y un activista radical de la paz. Que lo hayan matado por servir a la vida es el peor chiste del mal humor.

Al momento de su muerte gestionaba que las autodefensas le perdonaran la vida. Prueba de que coronó su propósito es el mensaje de Carlos Castaño negando el hecho. Prueba de que no lo coronó es que no se volvió a aparecer en El Patio.

Siempre pensé que los que cultivamos el chiste equívoco, el irreverente sarcasmo y expresamos la crítica con humor negro, estábamos a cubierto de cualquier atentado de quienes detentan las armas, como venía sucediendo desde Aristófanes, Molière y Bertolt Brecht. Con el asesinato de Garzón ese viernes 13, parece que quedamos notificados humoristas y caricaturistas escritores, poetas, pintores o cantantes. Ni burlarnos de quienes manejan los hilos de la vida de este país, ni mandar al diablo –que ya ni siquiera existe- a quienes pueden cortarlos.

Vamos a tener que ponernos serios, o nos ponen. Porque, ¿qué más serio que un muerto?

3. EL CÓMICO QUE NOS PUSO A LLORAR A TODOS

En este país, donde se le da bala al que no tiene dientes, nos especializamos en hacer solemnes homenajes, para que en nuestro pecho se acallen los ecos de los disparos. De esta manera, si no resucitamos al muerto, por lo menos aire le damos en nuestro corazón apesadumbrado.

Las últimas tres cajas de Jaime: su caja de dientes, su caja de embolar y la caja en que terminó, fueron movimientos al aire.

Nadie me lo va a creer, pero a pesar de todo lo que nos dio de reír hasta que le suspendieron el servicio de respirar. Jaime Garzón era uno de los hombres más serios de Colombia. Nunca fue gratuito su humor, y cada uno de sus chistes era una queja y una denuncia de Colombia a sus ofensores a través de sus personajes. El tenía un proyecto de vida donde cabía la fraternidad a través de la tolerancia.

Su desfachatez le abrió paso por entre las alambradas. Todos, hasta quienes le odiaron, se sintieron salpicados por su gesto de gracia condescendiente.

Antes de terminar el gobierno anterior, andaba electrizado preparando un libro para el que recogíamos los textos titulados: Cuatro años a bordo del Si-nismo. Han pasado dos años largos, y ahora quien navega la piragua con destino al olvido es el humorista.

Si bien nunca fue un hombre de acero en vida, por lo menos después de muerto va a ser de bronce. Más vaciado que nunca, y a tamaño natural, entrará a obstaculizar el espacio público con dos esculturas monumentales que ha concebido y realizado el artista Alejandro Hernández. Una como Jaime Garzón el embanderado, donde fue ejecutado, y la otra como su otro yo lustrabotas, como Heriberto, en los prados de la Gobernación de Cundinamarca. En la vía pública a la intemperie, para siempre, o hasta que resuelvan a atentar con bomba o metralla contra la efigie del embolador y su caja, continuará nuestro amigo estatua tratando de “pulir” una realidad embarrada de la que no logramos escapar por más que corremos.

Los que mataron a Heriberto ya no van a caber en sus zapatos empozados de sangre. Por donde anden irán dejando la huella fresca de su crimen. Nunca un embolador tuvo tanto roce con embajadores, generales, presidentes, ministros, reinas de belleza, pueblo raso, hasta su último tope con el poste que lo esperaba.

Los personajes importantes le acercaban su par de zapatos sucios para que les sacudiera hasta el alma. Y lo hacía gratis el condenado, para que no lo fueran a acusar de recibir la partija.

¿Era Garzón un loco, un suicida, un esquizofrénico, tenía la personalidad dividida? El hombre más gracioso de Colombia se dio el lujo patético de andar sus últimos días sudoroso como un condenado a muerte contándoselo a sus amigos del alma que se le iba. Cuenta Yamid Amat que el día del lanzamiento del Premio de Paz que crearon los comunicadores, en la Academia de la Lengua, dijo con la misma lengua que le hicieron tragar los sicarios: “Lástima que no me lo voy a poder ganar porque me van a matar”.

No sé a quien se lo dieron, pero se lo debieron dar a él, in artículo mortis. Porque más que querer ganar el premio de paz, su premio era lograr la paz. A eso se apuntó descuidando el humor, y el día que se lo quemaron sólo vio el humo. Y permiten piadosos que el último sonido que escuche el muerto inminente sea el de su santo nombre.

Cuando iba a llegar a la avenida La esperanza oyó que lo llamaban por su nombre: ¡Jaime! Y en lugar de hacerse el güevón volteó a mirar a la cara a sus asesinos.

Fue el único en reconocerlos. ¡Diablos! Y hasta allí llegó el blanco de su camisa.


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