CADÁVER I + N SEPULCRO

… NUNCA MÁS
“Ya era tarde
cuando el Cuervo de Poe
tomó conciencia de que no era
principista sino tozudo”
Benedetti

Eran tiempos de cacería infernal, unos y otros se disputaban laureles para la punta de lanza. Dos o más cuerpos en agonía no saciaban la sed de venganza. La espada de Bolívar atrincherada en la Estación Central, esperando que los ejércitos de gusanos tomaran la sangre por descanso. Destechados, desterrados, indignados, todos, voluntariosos como hojas verdes revolcadas por la tormenta.

Metamorfeo, entre bejucos, sentado, cruzando las patas en forma de equis. Una delgada línea roja dispersó los vientos pacifistas: Debería aventurarse, bajarse del árbol, salir a casco limpio en la oscuridad, sin adversidad, sin el brilló perturbador de los cafres. Solitario, alertado por el aleteo de aves sobrevivientes, se armó de resistencia, vendó sus ojos, caminó instintivamente. Arriba el dedo acusador del verdugo, abajo, el correr brusco del río, más allá, latigazos de la mala yerba. Seguro, firme y decidido, a paso lento, ahuyentando sombras con la cola, seguía la estrella en su frente. Las montañas altas, el sendero oscuro y las patas cortas. El insomnio constante, la pesadilla inconclusa, el caminar sonámbulo, todo lo condujo hacia la rendición.

Ya se encontraba en la cueva de Zaratustra, respirando doloroso azufre y tierra mojada. No hubo indecisión, solo un encuentro nupcial frente al sarcófago. ¡De rodillas!, sin vendaje, pulsó los grafos: sin destinatario. En la penumbra sobresaltaba el cuerpo in sepulcro de su amada, de ojos a medio cerrar y manos sin estrechar; cabellos crecientes… labios fríos y nariz indolente. La indómita luz se hizo carne en él. Un brazo encorvado señaló las raíces del centro de la tierra. Metamorfeo, retornó a su instinto animal, lanzó su cola hasta enredarla entre las ramas más fuertes, trenzó dos, tres vueltas sobre el cuello, en suspensión, mirándola a los ojos, se balanceó como un péndulo colgado en un árbol.