“El tiempo pasa y nos vamos volviendo menos”
Andrés Calamar o Salmón
Sobreviviendo en la casa del cuervo, olvidado en la esquina más oscura, solitario -como una bala- en la profundidad del recuerdo, aguantando los rayos directos y el polvo cotidiano de los sucios días. El pasatiempo consistía en resistir la resequedad de sus bíceps y su último soporte era la propia humanidad, la única amiga: la inclemente sensación de noches sin lunas. Los rojos amaneceres pasaban sin ternura sobre el cuerpo siempre alegre. Fue paciente en sala de espera, tiempo después, desboronado se convirtió al cristianismo. Esperaba que una lluvia solidaria irrigara las venas hasta la ebriedad. No hubo luz salvadora, el sentimiento extinto, agotó las reservas líquidas. Al menos aquella insinuación parecía certera en el cuello estrecho de la matera. No era árbol, ni el viento movía sus hojas. Ni los mortales se atrevían a contemplar las agujas dispersas y solitarias. Malmuriente, sin poder cerrar los ojos, se atrevió a soñar que una noche cualquiera amanecería entre la tormenta… placidamente el agua llegaría hasta los lagrímales y nadie escucharía los gritos de auxilio.
Por Ark.samael@gmail.com
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Saludos resistentes