Clint Eastwood: el vaquero que aprendió a amar

| Por: Alexander Martínez Rivillas*|

 

“Los puentes de Madison”, de 1995, dirigida por Clint Eastwood, es una película basada en la novela homónima de Robert James Waller. “Cry macho”, de 2021, también es dirigida por Eastwood, y está basada en la novela del mismo nombre de Nathan Nash. Al verlas no dejo de pensar en una especie de eco del pasado que se proyecta sobre el futuro. En los dos momentos se construye un personaje solitario, encarnados por Eastwood, pero escépticos frente a las señales de un amor poco probable, casi inescrutable y perdido entre la ruralidad de dos mundos distintos. El condado de Madison y un paraje desértico mexicano cercano a la frontera estadounidense.

 

El protagonista de 1995 despliega una discreta sensibilidad como fotógrafo de la National Geographic. El de 2021 es un anciano que cuestiona su pasado como reconocido vaquero del rodeo tejano. Los dos personajes son fuertes, decididos, monolíticos casi y prevenidos ante las cosas más ordinarias que le rodean. En la película de 2021 se inicia un diálogo con lo “inmigrante”, como ya lo viene experimentado en otras obras anteriores. En cualquier caso, hay un llamado a una especie de reconciliación progresiva con lo extranjero, la cual debe ser honda y atravesada por amistades auténticas, aunque, ciertamente, casi infantiles. Los personajes de Eastwood no se aproximan realmente al “otro” si no son menesterosos, vulnerables y demandantes de protección. Este patrón se repite en varias obras cinematográficas que dirige cuando entran en escena los “mexicanos” o los “asiáticos”, entre los más frecuentes.

 

En efecto, el “macho” del salvaje oeste de la vieja trilogía que no necesita presentación se despliega, en las dos películas precitadas, a lo largo del tratamiento de lo extranjero y de lo campirano. Francesca, ama de casa en la película de 1995, es una Meryl Streep del mundo provinciano estadounidense. Ya no está rodeada de un ambiente árido, sino de múltiples corrientes fluviales que se entrecruzan allí y allá, en el Madison rural. En las dos películas referidas los paisajes están casi deshabitados. Francesca (de la película de 1995) y Rafo (el niño desvalido de la película de 2021), necesitan de su varonía, o al menos de su presencia abrigadora o protectora, pues, pertenecen a lo no urbano, y por tal, le necesitan. Los dos personajes de Eastwood también habitan lo rural o lo recorren con frecuencia. Es allí donde encuentra su base nutricia.

 

Al parecer, Eastwood está sufriendo una transmutación en sus personajes en la medida en que pasa el tiempo. Francesca se queda en su casa de siempre de Madison y el fotógrafo la deja allí en una suerte de paréntesis inquebrantable, un amor imposible, pero unido por una fe insondable en que todo él ya se realizó de forma temporal. En “Cry macho”, el personaje de Eastwood regresa a los brazos de una mujer que debe criar a sus nietos. Se autopercibe quizás como vulnerable y cansado de la diáspora rural de todas sus películas, y decide pasar sus últimos días con una “extranjera” que lo introduce a la cocina tradicional de México y a una suerte de paternidad nonagenaria. Por supuesto, esto último es una absurdidad o al menos es infrecuente en la realidad. No obstante, el “vaquero fotógrafo” y el “vaquero del rodeo” persisten: el soltero codiciado y todo protector esperará hasta la ancianidad para “sentar cabeza”, bien porque perdió a su esposa trágicamente en un pasado remoto, bien porque nunca se dejó tentar del matrimonio.

 

Hay un cambio de perspectiva. La autocrítica del fotógrafo de la película de 1995 es tímida, casi encubierta con reflexiones sobre sus experiencias paisajísticas, que aparecen con un “yo” enorme en el centro del relato o, en el extremo, con una evocación de lo natural mismo al margen de todo lo humano. En “Cry macho” se revela una profunda revisión de todos los personajes de Eastwood, o sea, las demostraciones de la fuerza o de la rudeza son una tontería (en los contextos concretos del rodeo tejano, de otras formas de juego, o de conflictos inútiles, vale aclarar), alimentada por una época que lo inducía a su autodestrucción. Sin embargo, nunca veremos a un Eastwood apelando a las acciones dialógicas, pacifistas o autocríticas cuando se trate de narrar alguna historia inspirada en las “guerras patrióticas” estadounidenses, o cuando ha tratado de revisar sus consecuencias.    

 

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima

Publicar un comentario

0 Comentarios