Nos endulzaron la vida pero nos están envenando


 |Por Alirio Duque |

Cuenta un sabio que la primera vez que probó las sardinas enlatadas fue a los 11 años. “Eso me supo muy rico”. Nunca había probado algo tan delicioso que les contó a sus padres con gran sorpresa. Después probó la gaseosa que le endulzó la vida y que le quitaba los pocos centavos ahorrados, cuando salía al pueblo.

 

Su papá era un pensionado de la policía que se fue con su familia a colonizar al Putumayo. En esa época sólo se contaba con la fuerza de trabajo de los hijos a medida que crecían. No había manera de salir al pueblo de compras. No sólo porque el dinero escaseaba sino que estaban a días de camino por trocha. Santa Rosa del Guamuez era uno de los centros poblados donde se mezclaban los Cofanes con los mestizos.

 

Según el CNMH, cerca del 26% de la tierra adjudicada en el Putumayo fue producto de la Ley 135 de 1961. Así fue que muchas familias se hicieron a un pedazo de tierra. “Vivíamos a lo natural, de la pesca y la cacería”; recuerda este sabio. Era una niñez salvaje, en el buen sentido de la palabra. No se sabía los días ni los meses del año; ni mucho menos que era una escuela. Aunque se aprendía lo necesario para vivir.

 

Era otro mundo; que ya era habitado por los Cofanes que sufrieron la invasión de la Texas  Petrolium  Company  en los sesenta. Ellos también vivían a lo natural; caminaban patidescalzos y vivían de la selva.

 

Así fue que la vida de los colonos se fue cruzando con los indios. La mezcla era inevitable y hoy vemos grandes sabedores de la ciencia del yagé que aprendieron con los curacas, conocedores del misterio.

 

Sin embargo las costumbres han ido cambiando en la medida en que la sociedad de consumo avanza a pasos de animal grande. Es algo silencioso pero más adictivo que la cocaína. La gaseosa que probó cuando era niño ese sabio fue el comienzo para endulzar su vida. Así hicieron con los Huaoranis los del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) para lograr su contacto inicial. Ejemplos hay muchos, sólo cambian los contextos.  Unos lo habremos consumido en la infancia o en la adultez; pero no podemos negar su alto grado adictivo y las múltiples enfermedades que genera a nuestro metabolismo.

 

Escucho atento la historia de este sabio y me pregunto ¿por qué las plantas amargas son anticancerígenas? En mi ignorancia, y sin ser un experto, pienso que el cuerpo necesita de todos los sabores en equilibrio. Desde hace varios siglos nos endulzaron y poco a poco nos están matando. Entonces ¿qué hacemos? La respuesta la encontramos en la medicina tradicional y alternativa !Es momento de despertar!  

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