El despiste de María Fernanda Cabal en su discurso contra el Estado


| Por: Alexander Martínez Rivillas* |

 

La escuela de ultraderecha de la que emergen las opiniones de María Fernanda Cabal es un tema que no se ha considerado con seriedad. En España, en Argentina, en Chile y en Brasil, se remoza diariamente a través de los partidos conservadores, de las “nuevas” causas franquistas y del libertarismo de derecha. Axel Kaiser en Chile; Miguel Bastos, Jesús Huerta de Soto y Juan Ramón Rallo en España; José Luis Espert y Javier Milei en Argentina; y Olavo de Carvalho, Bruno Souza y Romeu Zema en Brasil, representan estas corrientes de ultraderecha o ultraliberales. La mayoría son académicos, o políticos que provienen de institutos académicos.

 

Pero, una de las más mediáticas figuras de este liberalismo ultramontano es guatemalteca. Hablo de Gloria Álvarez Cross. Su proceso “doctrinero” alcanza a millones de personas en distintas plataformas digitales, y es invitada o referida por los anteriores opinadores. Efectivamente, se trata de una suerte de secta que opera en red.

 

Aquellos “nuevos” conservadores se nutren de los trabajos de Mises, de Hayek, de Rothbard, de Nozick, de Hoppe, entre otros. Los reúne, no sus gustos por el folklore, sino la alta cultura europea, los buenos vinos, las conversaciones irónicas en las que los únicos inteligentes son ellos, la cacería, los clubes de banqueros, el golf, la prensa libre (excepto si es comunista), el capitalismo hipertrofiado, y los gustos por las “mejores” tradiciones aristocráticas del “antiguo régimen”. De hecho, varios de ellos exaltan a los órdenes monárquicos, nobiliarios y eclesiásticos, como los únicos regímenes capaces de ofrecer una estabilidad política insuperable.  

 

Claramente, subsisten diferencias entre sus representantes: unos son liberales capitalistas, paleoconservadores, o paleoliberales antiestatales; otros son libertarios de derecha, minarquistas capitalistas, o anarcocapitalistas. Y cada vez que hablan parece que transitan de una corriente a otra. Sin embargo, dicen al unísono que el capitalismo es el mejor sistema económico y forma de vida que se haya podido inventar, y que nunca podrá ser superado por otra doctrina.

 

Los liberales capitalistas les gusta el Estado para proteger la propiedad privada y garantizar la seguridad de las personas. Pero achacan al Estado todos los males de la sociedad. Curiosamente, consideran que el verdadero capitalismo es contrario al Estado, lo que empíricamente no se puede sostener. El capitalismo requiere de la fuerza estatal para aumentar su poder económico y social. Los paleoconservadores adoran el antiguo régimen, niegan la influencia del Estado, exaltan la vida comarcal, y son afectos a los “buenos monarcas” que concentran la tercera parte o más de la riqueza de una sociedad.

 

Los paleoliberales antiestatales se identifican con los gobiernos locales no sujetos a ningún poder superior externo. Respetarían cualquier forma de gobierno y de organización económica exteriores a sus fronteras, siempre y cuando no sean injerencistas. Y propugnan por limites territoriales que no afecten la libertad de nadie que decida vivir en otra nación o cantón. Curiosamente, terminan defendiendo el capitalismo sin regulaciones siempre y cuando sus ingresos per cápita sean altos, y sus comunidades pertenezcan a las naciones del “centro”.

 

Los libertarios de derecha son muy semejantes a los anteriores, con la diferencia de que abrazan el capitalismo de principio a fin. Los minarquistas capitalistas consideran la necesidad de un “Estado mínimo”, pero ondean la bandera de sociedades autogestionadas mediante mecanismos de gobiernos de base, como asambleas o consejos. Se acercan a los liberales capitalistas, pero disienten de cualquier escala nacional bajo el control del Estado.

 

Los anarcocapitalistas responden a la idea de que todas las relaciones humanas, incluidas las que forman grupos de poder, deben seguir lógicas anarquistas. O sea, toda autoridad debe ser sometida a ratificaciones casi permanentes, y solo se deben constituir para fines concretos de interés comunitario. No puede existir ninguna forma de representación política, solo se puede consentir la concesión de poderes explícitos por mandatos directos de la gente. En la práctica no se sabe cómo funcionaría. Pero, de nuevo culpan al Estado de no poderse realizar esta utopía, o mejor, distopia. De hecho, la “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels (todo sociedad, democrática o autocrática, tiende a formar grupos que concentran el poder), que ellos mismos invocan, no saben cómo superarla.

 

En fin, no sé hasta qué punto Cabal sea consciente de las implicaciones de ese discurso contra el Estado, a favor de la libertad absoluta del mercado capitalista, y en pro de la defensa propia del ciudadano, etcétera. Pero, sí estoy seguro que si se atreviera a desarrollar sus opiniones en sentido práctico, no sabría cómo hacerlo, pues todas las anteriores corrientes políticas son solo utopías, por decir lo menos. O las de inspiración libertaria y anarquista de derechas, están encaminadas a destruir toda forma de privilegios políticos e incluso económicos, indiferentemente de que abracen el capitalismo o no. Lo que sería absolutamente opuesto a lo que es y representa Cabal.       

           

Imagen de Portada: kienyke.com

    

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima

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