Dussel contra el mundo

 


| Por: Alexander Martínez Rivillas* |

 

Murió el filósofo Enrique Dussel y la noticia impactó a la comunidad filosófica de América Latina, particularmente. Sabíamos que su salud estaba deteriorada y suponemos que su destino irrevocable lo tomó con serenidad. Ciertamente, nos deja una obra dilatadísima. Sus últimos trabajos acerca de la estética me causaron una muy grata impresión, en tanto que abordó varios de sus temas desde la etología y la filosofía ambiental, lo que muchos filósofos andinistas, descoloniales o poscoloniales, suelen olvidar. Trataré de resumir aquí los que considero son sus mejores aportes a la filosofía académica en general y, desde luego, mis percepciones más críticas.

 

1.       La conciliación del proyecto de la Ilustración con el pensamiento filosófico periférico o no metropolitano. La idea de una transmodernidad retoma valores universalistas europeos y los homologa o nivela con algunos axiomas de la filosofía latinoamericana, especialmente en su vertiente teológica hispanosférica e indigenista. Me refiero a valores éticos y ecológicos, y tradiciones comunitarias, propios de nuestra región, que pueden ser convertidos en principios de acción social universales sin ningún problema. Hasta cierto punto, Dussel defiende una idea prepolítica o no política de la organización social que destruye toda iniciativa de poder centralizado o autoritario. En este punto, es fácil ver sus coincidencias con el último Diderot, o con ciertas ideas anarquistas clásicas, o con la intuición de un posestado en Marx.   

 

2.      La categoría del “sufriente” es un fulcro fundamental en su pensamiento. En este punto gastó muchas energías debatiendo con Karl-Otto Apel y con Emmanuel Lévinas, lo que me pareció excesivo. Sus maestros racionalizaron rígidamente el Estado de derecho a un punto tal que Dussel no tenía nada que hacer. Quizás los miedos de sus maestros a nuevos holocaustos o caos civilizatorios, o quizás su eurocentrismo, los llevaron a atrincherarse en las aparentes virtudes de un Estado liberal civilizador y árbitro de todas las “naciones menores”. El sufriente es, en mi opinión, la fuente de verdad y de validez moral del sistema dusseliano. Resumidamente, un Habermas o un Stiglitz pueden perfectamente sostener la tesis de una progresiva mejora de la calidad de vida de los pobres y de la ampliación de la esfera de juridificación del poder desde las bases sociales. Sin embargo, Dussel siempre les recordó que desde la comodidad de sus casas era fácil decirlo. Los “olvidados de la tierra” sufren y, por tanto, demandan acciones inmediatas: eticidades urgentes y, por tanto, políticas emancipatorias desde ya. Incluso, entre los sufrientes están los animales, por lo cual el sistema dusseliano se extiende a estos. Solo los privilegiados pueden esperar que las grandes instituciones lleven políticas sociales al pueblo. Desde esta perspectiva, una constitución política o un sistema de derecho puede ser tan inmoral como cualquier código de bandidos. La ciencia y la filosofía tampoco podrían estar aisladas de los mandatos del sufriente. Sus métodos y sus finalidades solo hacen sentido si mejoran las condiciones de vida de los menesterosos. En el caso límite de las ciencias teóricas, sus despliegues teoremáticos deberían contribuir a embellecer el mundo; pero, sus científicos, no deberían marginarse de las luchas sociales.

 

3.      Una última idea central de Dussel es la urbanización misma de las filosofías dominantes. En este tema no hay referentes claros en la historia de la filosofía, exceptuando a los estoicos primitivos o al anarquismo individualista (que pugnó por cierto regreso a la vida simple de los campesinos o entre los bosques). Pero, Dussel le da una dimensión teórica muy superior. Brevemente, toda la filosofía académica, de oriente u occidente, corresponde a una cosmología urbanocéntrica y estadocéntrica. A mi parecer, esta perspectiva dejará una honda huella en la cultura universal. Las consecuencias son capitales: las filosofías hegemónicas, desde Platón, Aristóteles y Confucio hasta Heidegger o Deleuze, están cometiendo un error monumental: dejan de lado la mitad de las experiencias humanas que reverberan en los mundos indígenas y campesinos rurales, muchas veces autoorganizados sin gobiernos centrales. La filosofía realizada hasta hoy tiene que ver o se orienta a la comprensión de la vida urbana y estatalizada, principalmente.

 

No obstante, Dussel no afronta con claridad un asunto: los mundos del sufriente no se emancipan con acuerdos cosmopolitas o diálogos intercontinentales de filosofías. Los mundos dominantes de los Estados centrales difícilmente dialogarán al respecto con miras a acuerdos a lo Habermas. Las confrontaciones interestatales centro-periferia serán seguramente atroces. Solo basta recordar la incontable plusvalía y recursos (incluyendo el trabajo intelectual) robados a las naciones pobres para que la vida de los países centrales sea próspera, incluyendo los altos estándares de vida de sus filósofos. Esta expoliación será defendida a muerte. Así mismo, las luchas intraestatales entre las clases sociales de los países del tercer y cuarto mundo, tendrán sus dosis insurreccionales violentas. En fin, la violencia revolucionaria debió ser un tema central en el proyecto de liberación de Dussel, lo mismo que el problema de la dictadura del proletariado. 

 

Al contrario de Dussel, sí creo que exista una filosofía superior, no por sus refinamientos lógicos internos o su capacidad de realizar proposiciones generales sobre lo real. La filosofía occidental es superior en un sentido tecnoeconómico, para usar una expresión de Marvin Harris. Una filosofía tecnoeconómica muy superior a las demás filosofías, por una razón: trituraron el mundo o los mundos en un único plan practicable de sentidos de verdad, de eticidad y de organización social, a todas las escalas geográficas. Un banco y los privilegios del banquero, una sonda en Marte, una alta productividad, una calidad educativa como nunca antes vista en nuestra breve historia, una superestratificación de la sociedad, una bomba atómica, etcétera, se encuentran profundamente justificados por una filosofía tecnoeconómica forjada por occidente. Es superior no por su valía moral, sino por su capacidad de matar o de socavar la vida. Esa filosofía no se combate con símbolos únicamente, sino, quizás, con otra filosofía tecnoeconómica. 

 

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima

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