| Por: Alexander Martínez Rivillas*|
Para mediados del siglo XVI trabajaban 105 indígenas como mineros encomendados, probablemente en las minas de oro aluvial de La China y de Combeima (Pedro de Aguado, 1609). Se estima para la época que, Ibagué y alrededores, contaban entre 25 y 30 encomenderos y 2.300 personas objeto de tributación (Clavijo, 1993a, p. 68).
En 1602 se reconocía a Ibagué como un fuerte militar dedicado a la protección de las tierras del encomendero Gaspar Rodríguez del Olmo, principalmente, lo que podría suponer una reconcentración de la tierra por efectos directos de la guerra con los Pijaos (Pedro Simón, 1626/1892; SBI, 1952). De hecho, la encomienda de Pedro Guerra y otros asentamientos del abanico de Ibagué, experimentaron alzamientos de los indios Doimas a partir de 1601, instalados en el abanico y zonas vecinas, lo que permite confirmar el conflictivo proceso de control de las encomiendas (Clavijo, 1993a, pp. 47 y ss.).
No hay registros de uso de abonos derivados del ganado, pero pudo ser probable en sementeras desde 1551 (Pedro Simón, 1626/1892), o antes y, luego, en cultivos dominantes para finales del siglo XVIII, como el tabaco, la caña y el maíz. Se sabe que en Ibagué se empleó el arado de reja en el abanico desde el siglo XVI, pero no se pudo precisar el momento (Clavijo, 1993a, p. 245). Para 1603, la aldea de Ibagué ya contaba con más de 500 vecinos (excluye servidumbre, vagabundos, recién llegados, mujeres y menores de edad), y se dice que más allá del marco de la plaza se instalaron huertas para sembrar legumbres y lotes con destino a la crianza de ganado (Ibíd., p. 70). Hacia la misma época, una encomienda de la jurisdicción de Ibagué contaba con 93 indígenas, los cuales cultivaban turmas, maíz, frijoles y trigo (Ibíd., p. 169). El trigo se destinaba al consumo del encomendero. Después de virulentas incursiones de los Pijaos, el oidor Lesmes de Espinosa Saravia, en 1627, hace saber a las autoridades de Ibagué que los indios Cuniras, Methaimas, Tuamos, Ancón y Coyaimas, deben tener sus respectivos Resguardos (SBI, 1952, pp. 141-143).
Se establece así el resguardo como medida de control territorial que tratará de superar los procesos de exterminio de los indios por la vía de las encomiendas (Bushnell, 2016, p. 37). Para 1627 se dice que en el valle del Combeima habitaban más de 6.000 indios (en cuya zona se encontraba la aldea de Ibagué), y que dicha cifra se mantuvo a pesar de los conflictos (Clavijo, 1993a, p. 69). Pero, en un informe de 1650, se afirma que en la jurisdicción de Ibagué el despoblamiento era notorio, dado el cambio de vecindad de muchos encomenderos (los indios eran obligados a migrar, otros murieron por enfermedades y vejaciones, principalmente), los cuales se trasladaron a Santafé y Tocaima (Ibíd., 82).
La anterior situación explica la poca importancia que tuvieron las encomiendas agrícolas de la zona de influencia de Ibagué, y la rápida vinculación de esclavos y mestizos libres a las haciendas, una vez se disolvieron formalmente las pocas encomiendas existentes. Cerca de la aldea de Ibagué, se establece un resguardo indígena en 1627 denominado “Espíritu Santo del Combeima”, localizado en una zona de montaña de las cuencas de los ríos Coello y Combeima, durante un tiempo presumiblemente corto y con lindes no determinables. Para la misma época se establecieron en la zona de influencia de Ibagué los resguardos de Piedras, Santa Trinidad de Coello, Coyaima y Ataco (Clavijo, 1993a, pp. 108-109 y 140). En general, los resguardos de la región no pudieron limitar la expansión del latifundio (Ibíd., pp. 109-110 y 140).
A pesar de ser una región atractiva para el establecimiento de colonos pobres, las estancias y trapiches otorgados para 1627 en el territorio de Ibagué (terrenos concesionados mediante la figura legal de la “merced”, especialmente), solo se reportaban 31 de estas explotaciones (Ibíd., pp. 102-103). Se deduce del informe del oidor Lesmes de 1627 y otras fuentes de archivo, que estas explotaciones se dedicaron en orden de dominancias al hato ganadero, al hato de trapiche y a la estancia de maíz, y que en Ibagué terminaron siendo controlados, después de la pacificación, por los jefes militares, como los capitanes Alonso Ruiz de Sahajosa, Martín Ruiz de Sahajosa y Juan de Ortega Carrillo, y por los curas doctrineros, como Isidoro Cobo y Francisco de Oviedo (Ibíd., pp. 100-101). Los jesuitas adquirieron la mayoría de las propiedades del abanico de Ibagué. De esto subsiste evidencia en los litigios de jesuitas con terratenientes y en distintos informes sobre Ibagué de los años 1630 y 1640 (Ibíd., pp. 103 y ss.).
Del libro del mismo autor: Ibagué región: agricultura, ciudad y minería. Ensayos sobre un territorio en disputa, 1550-2012, Ibagué: Caza de Libros Editores, 2019.
*Profesor asociado de la Universidad del Tolima
Pintura: Guerra de los Pijaos del maestro Julio Fajardo Rubio (Junio 10 de 1010 – Junio de 2020). Fuente: Crónicas del Quindío.
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