Sostenibilidad: una historia corta del concepto y de su fracaso


| Por: Alexander Martínez Rivillas* |

 

A lo largo y ancho del mundo se viene hablando de sostenibilidad, de lo sostenible, de lo sustentable, o del desarrollo sostenible. Una idea que a fuerza de creatividad tecnocrática y de geopolítica pura se ha venido convirtiendo en “capitalismo sostenible” o “capitalismo verde”. “Gastar” algo de manera tal que “siempre” dure por renovación o por uso dosificado es la idea que opera detrás.

 

La ilusión de la sostenibilidad esta operando desde hace milenios en los viejos tonos idealistas o materialistas. La idea de la creación y de la destrucción de mundos entre los Vedas, la teoría de los ciclos cósmicos de los estoicos que se repiten infinitamente (incluyendo el hecho de que las personas que existen hoy volverán a existir en otra repetición cósmica), o la imagen de una energía casi inagotable de los utopistas en las obras sobre viajes imaginarios de ingleses y franceses de los siglos XVI y XVII (como animales que viajan a la luna o máquinas que se surten de la luz, etcétera).

 

También los materialistas de los siglos XVII y XVIII como Meslier, La Mettrie y De Holbach, también apostaron por una naturaleza meramente corpórea en cuyas combinaciones infinitas se pueden repetir los fenómenos físicos o biofísicos. El sueño de una fuente de energía o de trabajo infinito o siempre renovable aparece de nuevo en las ficciones del siglo XIX con Julio Verne a la cabeza. Durante el siglo XX no deja de obsesionar a los científicos la creación del motor perfecto o cuasiperfecto, o sea, que viole las leyes de la termodinámica. Un supermotor de Carnot.

 

La Informe Brundtland de 1987 para las Naciones Unidas rescató el sueño tecnófilo de un crecimiento sostenible de la realidad en general, o sea, del desarrollo sostenible. La Cumbre de Rio de 1992 dejó explícita la política general de crecer económicamente sin amenazar peligrosamente los “recursos naturales”. Las sucesivas consideraciones de la ONU y sus comisiones o grupos sobre la biodiversidad, el cambio climático, o los objetivos del milenio para el desarrollo sostenible, comparten esa antigua idea de la eterna repetición de los objetos a pesar de todas sus transformaciones. En el fondo, la sostenibilidad sigue una idea metafísica, pero de carácter materialista.

 

Las cosas se pusieron más retóricas que nunca en Latinoamérica cuando se les ocurrió diferenciar lo “sostenible” de lo “sustentable”, creando una confusión que aún persiste. De esta historia ya nos advirtió hace tiempos el maestro Julio Carrizosa. Actualmente, no es claro lo que se entiende por desarrollo sostenible. No obstante la oceánica literatura al respecto, los umbrales de uso y de renovación de los recursos siguen dando lugar a complejos y apasionados debates.

 

A pesar de la idea de una gran planificación central desde un superestado global que vigile y controle tales usos y renovaciones del stock biofísico, que es en el fondo la intención de las Naciones Unidas o de la OTAN, las metas del desarrollo sostenible en materia de GEI (gases de efecto invernadero) y de las COP hace rato que son ignoradas por los BRICS, que no quieren saber del asunto. A esta indiferencia se suma ahora Australia, EEUU y varios países de Europa, cuya retórica ya convirtieron al gas y al petróleo en “energías verdes” o en un asunto de seguridad nacional.   

 

En Colombia apenas somos espectadores de lo que pasa en materia de desarrollo sostenible a escala global. Ninguna autoridad sabe con certeza qué hacer para seguir esa senda de la sostenibilidad, ni siquiera en materia de sumideros de carbono, dada la complejidad de las proyecciones de emisiones de CO2 a 2050 y 2100, y de la estimación de las cuotas de responsabilidad de cada país. En fin, solo nos queda cultivar nuestros propios jardines, a lo Voltaire, y quizás concentrarnos en adaptaciones sobrediseñadas para enfrentar los riesgos de la crisis climática.

 

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima.

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