El uso y abuso de la música clásica en la televisión y el cine


 | Por Alexander Martínez Rivillas* |

Las bandas sonoras del cine que reproducen obras de la música clásica, como arias, fragmentos de movimientos, motivos, o generalmente “allegros”, han logrado moldear las percepciones de muchos públicos sobre un supuesto “valor intrínseco” de las mismas: son aburridas, de perturbados, o clasistas, y sirven para todo y para nada al mismo tiempo.

 

Tengo la impresión de que el recurso se emplea ahora con más frecuencia (aunque Buñuel en La edad de oro, 1930, Lubitsch en Remordimiento, 1932, Hitchcock en Sabotaje, 1942, entre otros, recurrieron a Beethoven). Recuerdo que buena parte del cine clásico contaba con sus propias composiciones musicales, casi siempre en tonos realistas, al modo, en mi opinión, del gran compositor Smetana (escúchese el Moldava), para dar un ejemplo cimero.

 

Desde mi perspectiva, la obra más pisoteada en la narración cinematográfica es la 9ª Sinfonía de Beethoven, “Coral”. En cualquier momento de triunfo, de excitación, de esperanza, de clímax bélico, de extravagancia, de panerotismo…, casi que cualquier asunto humano del cine se ha vuelto susceptible de enmarcarse con motivos de la 9ª. Hasta ahora no me explico qué hace esa pieza musical en la Naranja Mecánica de Stanley Kubrick, 1971.

 

Las “cuatro estaciones” y “Gloria” de Vivaldi aparecen con frecuencia. De hecho, en piezas publicitarias de televisión la primera se reproduce de forma compulsiva. Se supone que las escenas de “renacimiento” deben ser asociadas a la “primavera” y las de “decadencia” deben ser relacionadas con el “otoño”, como si existiera una especie de valor descripcionista en la obra de Vivaldi. Para mí, los cuatro movimientos no encajan en ningún paisaje natural, pues su obra es barroco puro o alegoría contra el vacío.

 

“Lascia ch'io pianga” de Händel se volvió recurrente en Lars von Trier, y no sé qué hace en su Anticristo, 2009, o en otras películas recientes de distintos directores. Un día lo escuché en un comercial sobre cosas tecnológicas. Otra cosa es el “Vide Cor Meum” de Patrick Cassid y Hans Zimmer, incorporada en Hannibal, 2001, que interpreta algunos versos de Dante en una ópera al aire libre (una obra dentro de otra obra), pero con una música propia, infinitamente justa con la idea del amor/dolor de Dante por Beatriz.

 

Pero, lo que han hecho con la Suite No. 1 de Bach ya no tiene nombre. El “cello” está apareciendo en toda suerte de comerciales de televisión: al lado de vehículos, de cosméticos, de celulares, de alimentos, de discursos políticos, de caminatas terrestres y espaciales, de exploraciones oceánicas, de cardúmenes, de rebaños, de pastas, de perfumes, de desfiles…, y el uso desenfrenado no para y no parará.

 

Se sabe que la música es una expresión formal especial, sus resonancias tienen en nosotros una penetración cerebral y emocional como ninguna otra forma de comunicación. Difícilmente podemos encontrarle un contenido inherente a la pieza musical. Las expresiones más realistas o descriptivas rápidamente se disuelven en una lógica interna de ondas sonoras que pierden cualquier valor deíctico (que señala cosas externas). Tratar de sostener imprudentemente su “descripcionismo” la torna de inmediato en una pesadilla, casi que en golpes de orates o en tambores de guerra.

 

*Profesor asociado de la Universidad del Tolima

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