Charly, querido


| Por Jaime Sebastián Cancino Barreto* |

 

No sé por qué no se me había ocurrido antes dedicarle algunas palabras a alguna canción; quizás porque andaba muy ocupado pensando en cosas serias, de esas que hablan los hombres adultos —negocios, política, revolución y, últimamente, “deconstrucción”—. Ya metido en el problema, encaremos a uno de mis artistas preferidos, con una de sus canciones más conocidas: Canción para mi muerte. Desde hace un tiempo he percibido la belleza de ese nombre, un poco embriagado por el amor que he le adquirido, en estos ya años de pandemia, al viejo de doble bigote. Él cuenta que la escribió cuando apenas era un niño —creo que 19, ahora no recuerdo—, en respuesta al reclutamiento militar que vivió. El titulo está a la altura de la desgracia. 

 

Si he observado bien, y así lo creo, en algunos instantes Charly muestra la mirada de un niño ingenuo y travieso. A los ojos de quien escribe cosas serias, como yo, esto sería muestra de debilidad. Pero cuánto anhelo esa ingenuidad y esa travesura de la infancia y adolescencia; ahora sólo me quedan la desconfianza y la agresividad de quien ha sido reclutado. No creo, para retomar el hilo, que Charly nos mienta; mentir es algo difícil en este mundo de adultos. Creo en su mirada ingenua y traviesa, de otra forma no se habría lanzado de un 9 noveno piso. Mentira, ahora que lo pienso bien, puedo asegurar que Charly todo el tiempo nos miente: ¿Cómo podría ser ingenuo y travieso sin mentirnos? Puede que, por ejemplo, no existiesen aquellos agentes de policía que lo tenían apresado en su cuarto, como él dice, y él sólo se hubiese lanzado por diversión. En fin.

 

Con el tiempo, he empezado a percibir mejor el tufo a muerte de esos carceleros de la humanidad a los que Charly, en otra canción, se refiere. Son audaces y, para estas épocas, están más vivos que nunca; a veces aparecen disfrazados de liberadores, otras veces con rostros bien visibles, como el de cualquier dictador. Charly, sin embargo, no le teme a la muerte, esa a la que huelen esos reclutadores: él la invita a pasar y le dice que lo espere un rato mientras se arregla. Y así entiende algo: hay que vivir en honor a ella, como quien se lanza por diversión, o para escapar, de un noveno piso. 

 

*Politólogo y Máster en Estudios Culturales




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